Hoy estreno blog, pero no es la primera vez que escribo sobre veganismo. Mientras pensaba en cuál sería la mejor forma de inaugurar Vet y Vegan, me di cuenta de que, sin saberlo, ya había comenzado este proyecto hace poco más de un año. Y además ya había creado el mejor lema para él. Las cosas llevan su tiempo. Pero cuando el momento llega, llega de verdad. Allá vamos. Esta es mi tarjeta de presentación. 2 de agosto de 2016. No se asuste el lector, que de momento no pienso convertir este blog literario en un blog vegano, para eso ya están otros que lo hacen mejor que yo. Pero como además de ser un blog literario también es un blog personal, y ahora mismo estoy que ardo con este tema, pues me apetece hablar de ello. Aunque la verdad es que el lector no debería asustarse de lo que yo haga o deje de hacer, sino de lo que supone tener un filetito de ternera en su plato o ir al Foster Hollywood’s a comer unas ricas costillitas... Advierto que las palabras que vienen a continuación pueden herir vuestra sensibilidad. Si queréis seguir viviendo engañados, consciente o inconscientemente, dejad de leer. AHORA. Resulta que poco a poco los restaurantes veganos van esparciéndose lentamente por Madrid. Más lentamente de lo que a mí me gustaría, pero mejor Madrid que cualquier lugar fuera de sus fronteras, donde ya se hace totalmente imposible comer para un vegano a no ser que te lleves el tupper de casa. El otro día estuve en Rayén Vegano para desayunar (las tortitas están para morirse, en serio) y cuando fui al baño me encontré un par de folletos que me llevé a casa para estudiar. Un poco a regañadientes, es cierto, pero convencida de que debía hacerlo, para así tener cada día más y más argumentos con los que defenderme. Tengo que decir que jamás he necesitado ver ningún reportaje tipo Earthlings para cambiar mi alimentación. Eso fue fácil en cuanto conocí de primera mano lo que realmente significaba la producción animal y cómo se las gastaban en los mataderos, gracias a la fantástica (tono irónico) formación que recibí para ser veterinaria. Tomé mi decisión sin dudar y no necesité profundizar mucho más en la realidad que nadie nos cuenta, en las salvajadas que se cometen día a día en cada uno de los eslabones de la producción intensiva (y también en la extensiva, en la ecológica y en todo lo que implique matar o explotar un ser vivo). Pero lo cierto es que según mi conocimiento al respecto avanza, más me doy cuenta de que apenas conocía una parte. Las cosas son mucho peores de lo que imaginaba, y de ahí el paso definitivo al veganismo. Tampoco he tratado nunca de convencer a nadie de que se hiciera vegetariano. Me limitaba a sonreír cuando me preguntaban “¿Y tú por qué no comes carne? ¿Te dan pena los animalitos?” Sabía que era una batalla perdida, que la gente es feliz en su ignorancia, que es fácil encontrar millones de excusas para seguir siendo cómplice de algo que está mal, muy mal... y lo sabes, aunque no quieras verlo. Por desgracia, aquí me incluyo. Es una decisión personal, y cada uno lleva su ritmo, no puedes forzar a nadie o convertirte en un intolerante. Solo en los últimos tiempos he empezado a compartir más información en mis redes sociales relativas al veganismo, o a escribir artículos como este. Porque si algo soy, soy una divulgadora (aparte de escritora), y poco más puedo hacer si quiero cambiar el mundo. Pero lo que me decidió a compartir esta vez fue encontrar en uno de esos folletos la historia de una veterinaria alemana que tuvo que hacer seis meses de prácticas en un matadero. Por suerte, yo no tuve que sufrir esa tortura, aunque lo poco que vi ya me convenció para siempre de que yo jamás me dedicaría a algo así. Lo triste es que he tenido que esperar más de veinte años para no sentirme sola, para no sentirme un bicho raro. Hace unos cinco años, cuando acabé un máster, aún tuve que soportar el típico comentario de un profesor: «En 1º de carrera muchos estudiantes vienen pensando que quieren tener una clínica y dedicarse a curar perros y gatos, pero luego se dan cuenta de que en realidad la carrera tiene muchas más salidas profesionales.» Sí, es verdad. Muchos veterinarios lo somos por vocación. Cuando empezamos pensamos que todos los veterinarios lo son porque quieren salvar vidas de animalitos. Yo pensaba que en la facultad me iba a encontrar con un montón de gente que pensaría igual que yo, que estaba allí por amor verdadero a los animales. No encontré a muchos, la verdad. De ahí que, vaya sorpresa, haya acabado profundamente decepcionada con la profesión. Y años después, sigo pensando que si algún día tuviera la oportunidad de volver, solo lo haría para seguir salvando vidas de animalitos. No para lo contrario. Debe de ser que sigo viviendo en los mundos de Yupi con cuarenta años, porque daba la impresión de que para ese profesor, dejar esa idea atrás era equivalente a madurar y crecer profesionalmente. Lo decía con una sonrisita condescendiente, como si pensara “Qué inocentes somos en nuestra juventud”. Sí, yo era bastante naïve. También pensaba que la gente que tiene perros y gatos es porque realmente ama los animales. Según pasan los años te das cuenta de que lo que reina en la sociedad, aunque no le guste a nadie oírlo, solo es: PURA HIPOCRESÍA. No. Los jóvenes que queríamos (que quieren) ser veterinarios para salvar animalitos, no es que fuéramos unos pobres inocentes inmaduros. Lo que ocurre es que tenemos unos valores éticos superiores a los de los demás. A mí nunca me han valido esas otras "salidas profesionales" porque la mayoría suponía convertirte en cómplice de algún tipo de maltrato animal: zoos, inspección de alimentos, producción intensiva, explotación, uso de animales para carreras y apuestas... supongo que yo misma dinamité mi futuro, porque solo me quedaba la clínica, y la clínica fue bastante deprimente también. El problema no es que seamos adolescentes hipersensibles que no pueden soportar que miles de corderitos sean degollados todos los días. No es que no podamos aceptar que para tener una alimentación equilibrada la carne es indispensable y por tanto el sacrificio de esos animales es necesario. No, lo que ocurre es que para nosotros la vida tiene un valor que no la tiene para los demás. La vida en el sentido más extenso de la palabra. No la vida humana exclusivamente. Y es que uno de los síntomas más evidentes de esa hipocresía es cómo cambia el concepto de vida o muerte cuando añades el adjetivo “animal”, o incluso cuando ese animal cambia y en vez de ser un cerdo o una vaca, es un perro, un gato o un delfín. A todos se nos caen las lagrimitas cuando alguien salva una ballena, porque por alguna razón parece que las ballenas merecen vivir más que las gallinas o los cerdos. A nadie le importa si miles de terneras mueren cada día en una sola provincia. “Ternera”, por cierto, no significa “carne de vaca”. Significa vaca joven. Porque si la carne es jugosa, suele ser de un animal muy joven. Si hiciéramos la conversión como con una de esas estúpidas escalas para saber cuántos años humanos tiene mi gato, saldría un bebé o un niño de tres años. Pero a nadie le importa matar crías de animales para comer, porque tenemos que sacar las proteínas de algún sitio, ¿verdad? Eso sí, vemos un vídeo de Cuarto Milenio sobre un feto humano y el periodista que lo presenta nos hace creer que eso es una especie de milagro, que la vida humana tiene que ser preservada desde su concepción. Pero nadie piensa en los fetos que salen de las barrigas de las vacas sacrificadas, como vamos a ver a continuación. Me gustaría llenar internet con fotos de embriones animales y no decir nada, a ver cuántos son capaces de diferenciar un animal no humano de un humano. Es muy fácil decir que eres antiabortista, pero parece que la vida deja de ser sagrada cuando tenemos un entrecot en el plato. Pero voy a ceder la palabra a la hoy veterinaria Christiane M. Haupt. Su experiencia en el matadero la dejó tan afectada que necesitó escribirlo para poder seguir viviendo. Comparto al cien por cien todo lo que dice. Yo no suelo leer este tipo de testimonios porque ya sé lo que hay. Pero, obviamente, hay otra razón por la que no lo suelo hacer: me sigue doliendo el alma. Me sigue doliendo el ser testigo de toda esa ignorancia e hipocresía que impiden que el mundo cambie. Por eso lo difundo, con la esperanza de tocar más consciencias y que poco a poco el veganismo se convierta en la nueva forma de vida de la humanidad entera. Porque aunque sé que la cosa está complicada, el mundo debe cambiar, y no cambiará mientras no cambiemos nosotros mismos. (La negrita es la original). Una vez en casa me tumbo en la cama y me quedo mirando fijamente al techo. Horas y horas. Todos los días. Mi entorno reacciona con irritación. «No pongas esa cara de pocos amigos. Sonríe. Tú querías ser veterinaria por encima de todo.» Veterinaria, no matarife. No puedo soportarlo más. Estos comentarios. Esta indiferencia. Esta naturalidad con que se acepta la muerte. Quisiera hablar, tengo que hablar, sacar lo que llevo dentro. Me ahogo. Quisiera hablar del cerdo que no podía seguir andando y estaba ahí tirado con las patas abiertas, y le dieron patadas y golpes hasta que lo metieron a palos en la celda de matanza. Más tarde lo examiné cuando pasó colgando a mi lado troceado: a ambos lados de los muslos tenía desgarres musculares. Fue el número 530 de las matanzas de aquel día, nunca olvidaré esta cifra. Quisiera hablar de los días en que sacrificaban a las vacas, de los mansos ojos castaños tan llenos de miedo. De los intentos de huida, de todos los golpes y maldiciones hasta que el pobre animal estaba preparado para recibir la descarga eléctrica en las jaulas de hierro con vista panorámica a la nave donde sus congéneres estaban siendo despellejados y descuartizados, – y entonces la descarga mortal, a continuación la cadena en la pata trasera, levantando al animal que cocea y se retuerce, mientras que en la parte de abajo ya le están separando la cabeza del cuerpo. Y lanzando chorros de sangre y sin cabeza, el cuerpo sigue encabritándose, las piernas se retuercen… Hablar sobre el ruido espantoso que hace la piel al ser arrancada del cuerpo, sobre los movimientos automáticos de los dedos del desollador al sacar los ojos de las órbitas – los ojos torcidos, rojos, saltados – y los arroja a un agujero que hay en el suelo, por el que desaparecen los «desechos»". Hablar de la rampa de aluminio a la que van a parar todas las vísceras que son arrancadas de los enormes cadáveres decapitados y que – exceptuando el hígado, el corazón, los pulmones y la lengua, aptos para el consumo – desaparecen por una especie de tragadero de basura. Hay mucho más. Si quieres leer el texto completo, lo tienes tanto en inglés como en español. Y después de todo esto tengo que soportar que me envíen periódicamente cierta revista de la Organización Colegial Veterinaria Española, llena de veterinarios a quienes les encanta la tauromaquia y veterinarios que trabajan en la explotación animal sin ruborizarse. Me ha llevado tiempo comprender por qué no existe un juramento veterinario como el hipocrático de los médicos. Ahora lo tengo claro. Sería el colmo de la hipocresía. Y tener que leer las distintas «Leyes de Protección Animal» ya es para ponerte a llorar. Vivimos en una sociedad enferma, enferma de muerte. El Dr. Helmut Kaplan, psicólogo, en su ensayo Traición a los animales, comenta: El libro de Gail A. Eisnitz "Slaughterhouse", para el que la autora entrevistó a trabajadores de mataderos con un total de dos millones de horas de experiencia en la celda de aturdimiento, demuestra que este horror sólo es la punta del iceberg de los crímenes que se cometen diariamente en el mundo en los mataderos de los países "civilizados". Los siguientes extractos de entrevistas a trabajadores de mataderos fueron presentados públicamente el 18 de septiembre de 1999 en una presentación del libro: Según el médico Dr. Ernst Walter Henrich, creador de la página web www.provegan.info, de la que he sacado toda esta información: Innumerables grabaciones (filmadas de forma abierta y encubierta) de mataderos en todo el mundo demuestran que los animales no sólo están expuestos a inevitables horrores y tormentos de la cría de ganado intensiva y a la matanza, sino que son torturados a propósito por los trabajadores de la industria animal y empleados de mataderos, por sadismo u otros bajos instintos. A mí, que soy médico con conocimientos de psicología y psiquiatría, la crueldad extrema en los mataderos y ganaderías no me sorprende. Después de evaluar numerosas grabaciones, tengo la impresión que las ganaderías y los mataderos son los lugares ideales en los que vivir perversiones sádicas (casi siempre con impunidad). Esto también debería tenerlo claro cualquier consumidor de productos de origen animal. Por cierto, las vacas lecheras y las gallinas ponedoras se sacrifican en los mismos mataderos cuando están exhaustas y ya no dan beneficios. Por lo tanto, en última instancia no existe ninguna diferencia ética entre el consumo de carne, leche y huevos. Ahora, si sabes todo esto, ¿realmente quieres seguir comiendo carne o bebiendo una leche que NO necesitamos para vivir? ¿Realmente te consideras humano? El veganismo no es un capricho, no es una moda. Es una necesidad. Be vegan, my friend.
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«El veganismo es en verdad la afirmación de que en donde haya amor la explotación debe desaparecer.»
- Leslie Cross, vicepresidente de la Vegan Society, 1951. Autora
Veterinaria y vegana. Una difícil combinación en los tiempos que corren. Libro
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