Algo se mueve en la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid. Algunos estudiantes animalistas, sensibles hacia la explotación a la que son sometidos los animales que allí viven con fines de docencia y experimentación, están llevando a cabo diferentes iniciativas para que la Administración tome conciencia y actúe. A pesar de que me llenó de esperanza que por fin hubiera alguien lo suficientemente valiente como para hacerlo, creo que no se está poniendo énfasis en el verdadero problema: la propia utilización de esos animales, y no el trato que reciben en las instalaciones. Es necesario un cambio en el mensaje que se está dando si de verdad nos importan los Derechos Animales. Ya en mayo de 2016, alumnos de veterinaria exigieron a los responsables de bienestar animal una reunión para que les dieran explicaciones sobre el deplorable estado de los perros Beagle usados en las prácticas, como describe este artículo de El Confidencial. Como es habitual, el decano de la facultad, Pedro Luis Lorenzo, afirmó que se cumplía con todas las leyes de bienestar animal. Pero por lo que describen los alumnos, eso no parecía ser suficiente. En septiembre de 2017 se publica un segundo artículo en el periódico digital eldiario.es sobre el mismo tema. Más de un año después nadie había solucionado el asunto y los alumnos denunciaban presiones por parte de compañeros, porque sacar esto a la luz podría perjudicar su trayectoria académica y el prestigio de la universidad. Más alumnos se sumaron a la protesta. El artículo, si bien no llega a la raíz del problema, pone el dedo en la llaga en relación a algunas cuestiones: La normativa, según expertos en “bienestar animal” (un concepto ya de por sí poco concreto y muy desvirtuado), es ambigua y deja bastante margen al criterio del investigador. Por ejemplo, establece que los animales que hayan sido usados ya en al menos un procedimiento solo podrán serlo de nuevo en caso de que se cumplan una serie de requisitos: que la severidad real de los procedimientos anteriores haya sido clasificada como “leve” o “moderada”; que se haya demostrado la recuperación total del estado de salud general y de bienestar del animal; que el nuevo procedimiento se haya clasificado como “leve”, “moderado” o “sin recuperación”; que cuente con asesoramiento veterinario favorable, realizado teniendo en cuenta las experiencias del animal a lo largo de toda su vida. Además, la propia ley precisa que el órgano competente, en circunstancias excepcionales y previo examen veterinario, podrá autorizar la reutilización de un animal aunque no se cumpla el primero de esos requisitos. Ese animal no podrá haber sido utilizado más de una vez en un procedimiento “que le haya provocado angustia y dolor severos o un sufrimiento equivalente”. El problema es que son los propios interesados en esos estudios los que clasifican el procedimiento (por lo que tenemos dudas de que no puedan ser clasificados como “leves” procedimientos que no lo sean), y que se obvia la evidencia de que todo procedimiento provoca, cuando menos, angustia.
Comentarios
Sé que este artículo puede levantar ampollas. Hay gente que piensa que feminismo y veganismo es como mezclar churras con merinas. Yo diría más bien que los que piensan así aún no conocen la realidad de la explotación animal, y por ello aún no relacionan la forma de producción de su vaso de leche con la cosificación de los individuos de sexo femenino, sea cual sea su especie. Parece que en nuestra sociedad patriarcal lo normal es que el sistema reproductivo de las hembras tenga que estar bajo el yugo de los humanos, ya sea para obtener placer sexual, o ya sea para satisfacer sus papilas gustativas. Creo que es una grave incoherencia ser feminista y a la vez ser partícipe de la explotación que sufren las hembras de otras especies. Si alguien me hubiese dicho hace tres meses que hoy estaría escribiendo esto, no me lo habría creído. La mayoría de las personas que lean esta entrada dirán que no se puede comparar una cosa con la otra, que por muy vegana que yo sea no puedo poner al mismo nivel a las mujeres y a las hembras no humanas. Como diría Gary L. Francione, la sabiduría convencional que casi todos nosotros compartimos mantiene que aun aceptando que los animales no humanos importan algo moralmente, los humanos importan más. Mi opinión a este respecto es irrelevante ahora mismo, pero sí puedo afirmar que tanto la trata de mujeres como la explotación de animales no humanos me afectan personalmente de manera similar. Y aunque lleva mucho tiempo llegar a este punto, ahora empiezo a entender por qué hay mujeres (y hombres) que afirman que no se puede ser feminista sin ser vegana.
Mi experiencia como activista es aún muy corta, pero si he hablado con cinco personas, tres al menos me han dado alguna versión de esta excusa: respeta mi decisión de comer animales. Nadie tiene en cuenta que los animales no humanos son individuos con la voluntad de continuar viviendo y no quieren ser comidos por nadie. Nadie cae en la cuenta de que hay actitudes que no son para nada respetables, y aún así siguen siendo parte de nuestra sociedad, eso sí, ocultas tras los muros de mataderos que cada vez se construyen con más altura. Continuando con el repaso sobre las treinta excusas más frecuentes que nos podemos encontrar cuando hablamos con no veganos, según el libro de Earthling Ed, 30 Non-vegan Excuses and How to Respond to Them, llegamos a la cuestión del respeto. Demos primero la palabra a este gran activista:
Hoy voy a hablar de cómo fue mi transición al veganismo. He utilizado este título tan extraño porque según mi experiencia hacerte vegano consiste básicamente en una desprogramación mental, es decir, abandonar todas esas creencias que la sociedad nos ha impuesto desde pequeños y crear una nueva forma de pensar y de actuar en consecuencia. Yo creí que me había hecho vegana hace casi dos años, pero no, en realidad sigo haciéndome vegana día tras día. Los muros que hay que derribar son macizos y más numerosos de lo que parece a simple vista. Corría agosto de 2016 cuando escribí mi primera entrada sobre veganismo en mi blog literario, ahora convertida en la primera entrada de este blog. No sabría decir el día exacto, pero sí sé que cuando escribí ese artículo hacía unos cuatro meses desde que había decidido hacerme vegana. Lo sé porque todo coincidió con una caída que sufrí patinando. Mi hombro y rodilla izquierdos salieron bastante perjudicados y tuve que buscar ejercicios de rehabilitación para hacer en casa. Me sentí como una señora mayor. Algo hizo clic en mi cabeza y me dije a mí misma que tenía que abandonar definitivamente todas las excusas que me impedían ser quien yo quería ser. Eso abarcaba varios ámbitos. Para mejorar mi condición física me propuse alternar rutinas de yoga y fitness seis días por semana. Por otra parte, para ser más coherente con mis pensamientos, di el paso del vegetarianismo al veganismo, algo que llevaba queriendo tiempo hacer. No he parado desde entonces y creo que es una de las mejores decisiones que he tomado nunca.
Pero, ¿cómo empezó todo esto? ¿Dónde comenzó mi desprogramación? Para entenderlo mejor, he dividido el proceso en varias fases: |
«El veganismo es en verdad la afirmación de que en donde haya amor la explotación debe desaparecer.»
- Leslie Cross, vicepresidente de la Vegan Society, 1951. Autora
Veterinaria y vegana. Una difícil combinación en los tiempos que corren. Libro
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