Rompo mi silencio de más de un año para anunciar el lanzamiento de un libro que se ha venido gestando desde el inicio de mi aventura empresarial. Es un libro que considero muy necesario y en el que expongo las vergüenzas de la profesión veterinaria y de una sociedad en decadencia, con el deseo de que despertemos de una vez y empecemos a crear el mundo en el que queremos vivir: un mundo en el que se respete la libertad y la vida de todos los individuos que forman parte de él. Es decir, un mundo vegano. Tengo una larga experiencia como escritora, así que soy consciente de que escribir un libro no es tarea fácil y hay muchos proyectos que han quedado olvidados y llenos de polvo en alguna carpeta de mi ordenador. Pero creo que puedo decir que con ninguno he sudado y llorado tanto como con este libro, a pesar de que mi intención desde el principio fue darle un tono ameno y divertido, describiendo la alocadas aventuras de dos veterinarias que un día se conocieron, compartieron sueños y decidieron ir a por todas.
De hecho, este blog es el culpable. En la sección «Contacto» el lector podrá ver una versión modificada del texto que me llevó a la perdición: en él decía que estaba abierta a cualquier proposición indecente que me hiciera algún veterinario o veterinaria que fuera vegano y tuviera los mismos ideales que yo. Por ese entonces pensaba que mis probabilidades de encontrar a alguien así eran las mismas que las de ganar la lotería, o sea, ninguna (especialmente porque no juego). Pero, a veces, la vida te da sorpresas. Esa veterinaria apareció. Y un año después nos fuimos a Asturias para abrir la primera clínica veterinaria vegana de España (vegana de verdad, no como esas con supuestos propietarios veganos que siguen vendiendo piensos cárnicos en sus tiendas).
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Como expliqué en mi anterior entrada, el mes de septiembre de este año me lo pasé en el hospital porque a mi padre tuvieron que operarle de urgencia. Como tuve que trasladarme a la casa de mi infancia y allí no tenía conexión a internet, aproveché para llevarme unos cuantos libros relacionados con el veganismo. Uno de ellos lo había empezado justo al iniciar mi labor activista, porque siempre me ha interesado la Segunda Guerra Mundial. Se llama Eternal Treblinka, de Charles Patterson (el título fue malamente traducido al español como ¿Por qué maltratamos tanto a los animales?). La verdad es que nunca pensé que la elección de la palabra «holocausto» para describir la situación actual de los animales no humanos fuera tan acertada.
Así que entre visita y visita al hospital, descansaba leyendo y… iba a decir disfrutando, pero no, disfrutar, no disfruté mucho. Eternal Treblinka describe con todo lujo de detalles cómo los nazis se inspiraron en la industria de explotación animal, que en aquellos años ya llevaba décadas desarrollándose, para montar su maquinaria de exterminio. El objetivo de la industria de explotación animal era aumentar la eficacia y perfeccionar el sistema de asesinato en cadena de los millones de animales no humanos que entraban a formar parte de la alimentación humana. No, los nazis no inventaron nada nuevo, solo cogieron las técnicas que ya se estaban utilizando en los grandes mataderos y las aplicaron a las víctimas humanas. Casi 75 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, creemos que el Holocausto es parte del pasado. Sin embargo, sigue ocurriendo a solo unos pocos kilómetros de distancia, en cada uno de los mataderos que proveen de carne y subproductos cárnicos a los consumidores. Nada me estremece más que ver en reportajes a los trabajadores de El Pozo sintiéndose orgullosos de los números: «Cuando empecé a trabajar allí se mataban 11 cerdos diarios, ahora 14 000 diarios.» Y se quedan tan anchos. Eso sí, lo hacen bajo todas las garantías de sus sellos de «malestar animal» porque en nuestra sociedad matar no humanos para consumo no se considera violencia ni maltrato, y además es legal. [En concreto me refiero al reportaje emitido el 12 de noviembre de este año titulado Los reyes de la carne, de Comando Actualidad, minuto 58, por si alguien tiene el estómago de verlo]. Hay cosas que desearías no haber conocido nunca. Por ejemplo, que en Estados Unidos existen «programas educativos» (por llamarlos de alguna forma) que consisten en hacer que un niño aprenda a someter a un cordero, dándole de comer para ganarse su confianza, para posteriormente poder ponerle un ronzal, conducirle con una cuerda igual que a un caballo con su brida, y hacer que se pare junto a él sujetándole por la cabeza. Todo esto con el fin de presentarlo en una exhibición y que sea elegido para subasta, es decir, vendido a ganaderos que lo enviarán al matadero. Supuestamente esta es una actividad muy divertida que enseña a desarrollar en los niños la ética laboral, la paciencia y muchas otras habilidades. Al menos esto es lo que se afirma en una reveladora presentación en diapositivas sobre este asunto de «entrenar corderos para exhibición».
Sé que este artículo puede levantar ampollas. Hay gente que piensa que feminismo y veganismo es como mezclar churras con merinas. Yo diría más bien que los que piensan así aún no conocen la realidad de la explotación animal, y por ello aún no relacionan la forma de producción de su vaso de leche con la cosificación de los individuos de sexo femenino, sea cual sea su especie. Parece que en nuestra sociedad patriarcal lo normal es que el sistema reproductivo de las hembras tenga que estar bajo el yugo de los humanos, ya sea para obtener placer sexual, o ya sea para satisfacer sus papilas gustativas. Creo que es una grave incoherencia ser feminista y a la vez ser partícipe de la explotación que sufren las hembras de otras especies. Si alguien me hubiese dicho hace tres meses que hoy estaría escribiendo esto, no me lo habría creído. La mayoría de las personas que lean esta entrada dirán que no se puede comparar una cosa con la otra, que por muy vegana que yo sea no puedo poner al mismo nivel a las mujeres y a las hembras no humanas. Como diría Gary L. Francione, la sabiduría convencional que casi todos nosotros compartimos mantiene que aun aceptando que los animales no humanos importan algo moralmente, los humanos importan más. Mi opinión a este respecto es irrelevante ahora mismo, pero sí puedo afirmar que tanto la trata de mujeres como la explotación de animales no humanos me afectan personalmente de manera similar. Y aunque lleva mucho tiempo llegar a este punto, ahora empiezo a entender por qué hay mujeres (y hombres) que afirman que no se puede ser feminista sin ser vegana.
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«El veganismo es en verdad la afirmación de que en donde haya amor la explotación debe desaparecer.»
- Leslie Cross, vicepresidente de la Vegan Society, 1951. Autora
Veterinaria y vegana. Una difícil combinación en los tiempos que corren. Libro
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