Como veterinaria que soy, mis críticas van dirigidas con frecuencia a mis propios compañeros de profesión. Me es fácil hablar de mis propias experiencias, de lo que yo he observado después de trabajar unos cuantos años en el sector. Sin embargo, no lo hago porque este colectivo se merezca más reprobación que otros. A efectos prácticos, un veterinario no vegano no se diferencia en nada de otros profesionales no veganos: todos hacen su trabajo y se ganan la vida en una sociedad mayormente especista. Si queremos que no haya nadie beneficiándose de manera directa o indirecta de la explotación de los animales no humanos, solo hay una vía posible: educar en el veganismo. Aún no me he escindido oficialmente de la profesión veterinaria, a la que por suerte o por desgracia seguiré permaneciendo hasta que me muera. Por eso, de vez en cuando recibo en mi buzón la revista de la Organización Colegial Veterinaria Española (OCV). El último número comienza con un editorial que casi me produjo una úlcera gástrica instantánea. Para facilitar su lectura, la he transcrito más abajo.
Comentarios
Esta entrada es una mezcla entre mi vida personal y la experiencia que acumulé en mi vida profesional como veterinaria. Aquellos que ejerzan una actividad laboral que tenga que ver con la sanidad sabrán que no es lo mismo tratar a un paciente cualquiera en un día normal de trabajo que tratar a un familiar cercano. A los veterinarios también nos pasa. Pero ahora que soy vegana mi preocupación va aún más lejos: los animales no humanos no son solo «animales de compañía» que me traen los clientes a la consulta, sino personas con derechos e intereses propios. Uno de esos derechos es el derecho a la vida, y con frecuencia me he preguntado si los humanos podemos realmente decidir cuándo ponerle fin. Como buena escritora que soy, escribo estas líneas con una gata en el regazo. No es una gata cualquiera. He sido su tutora durante casi diecisiete años, desde que llegó a mi vida metida en una bolsita en manos de una de mis cuñadas, con unos tres meses de edad. La habían adoptado en una clínica veterinaria y me la traían como regalo. A mí no me sentó muy bien así de primeras, porque aún estaba en duelo por la muerte de otra gatita, aún muy joven, que yo compré a mi jefa en la tienda de animales en la que trabajaba. Esa gatita estaba enferma y mi jefa lo sabía, pero a ella no le importó descontarme una cantidad desorbitante de mi sueldo de ese mes, ya bastante precario para la época. Yo quería sacarla a toda costa de una fría jaula en la que sabía moriría sola si yo no hacía algo por ella.
«Sí, como carne, me gusta, mi cuerpo la pide, la necesita.» Esta fue la respuesta que recibí en uno de mis primeros intentos de activismo vegano. Esta persona me reconoció que esa era la verdadera razón por la que comía cabritos (aunque como se ve, son varias excusas en una sola frase), después de que le refutara una a una todas las anteriores excusas que me había puesto. Como muy bien dice Earthling Ed, cuando debates con alguien y ganan tus argumentos, al final todo se reduce a que les gusta el sabor de la carne pero les cuesta decírtelo a la cara, precisamente porque saben que esa razón no es válida para seguir participando de la explotación y muerte de miles de animales.
Pero no puedo culparles. Yo nunca disfruté del sabor de la carne y por eso la dejé bastante pronto. Los huevos nunca me gustaron especialmente, así que fue lo primero que dejé cuando decidí encaminarme hacia el veganismo. Pero hasta hace un par de años seguía pensando que un plato de pasta no sería el mismo sin queso, que no podía renunciar a los helados en verano, y que necesitaba tener nata montada congelada para acompañar mis fresas. En mi mente seguía pensando que una vaca lechera nos da su leche y es tan feliz como en los anuncios de Milka… Un día dejé de engañarme a mí misma y me dije que nunca más iba a ser cómplice de las barbaridades que se cometen en todo tipo de industria alimentaria que utilice a animales como materia prima. Y me hice vegetariana estricta (que no vegana). |
«El veganismo es en verdad la afirmación de que en donde haya amor la explotación debe desaparecer.»
- Leslie Cross, vicepresidente de la Vegan Society, 1951. Autora
Veterinaria y vegana. Una difícil combinación en los tiempos que corren. Libro
Relato
¡DESCARGA GRATUITA!
Solo por visitar mi página te regalo un relato corto sobre la peliaguda cuestión de si las plantan sienten.
El extraño caso del plátano sintiente Archivos
Febrero 2024
Categorías
Todo
|