No puedo negar que les tengo muchas ganas a los ganaderos y ganaderas (que lamentablemente cada vez son más) de este país, pero dada mi actual inclinación a conservar mi paz interior, cada vez me es más difícil escribir artículos de crítica al sector. Hago hoy una excepción porque, la verdad, me lo pusieron en bandeja y así dejamos por aquí uno de los mejores ejemplos de hipocresía y también contradicción dentro de la disidencia, tema que ya dejé bastante claro en mi relato «El extraño caso del plátano sintiente». El encontronazo tuvo lugar en Telegram y por fortuna pude salvar a tiempo varias capturas de la absurda conversación que tuve con la amiga de una ganadera, la cual desapareció poco después de hablar conmigo. Supongo que esperaba otra cosa de mí, hecho por el que no puedo culparla, ya que los veterinarios somos los cómplices necesarios en esta barbarie de la explotación animal que nos acompaña desde que tenemos memoria. No hace falta decir mucho más porque las capturas hablan por sí mismas. He de decir que como veterinaria consciente ya estoy acostumbrada a que me contacten personas preocupadas por el efecto de las vacunas en sus animales, pero suelen ser personas que cuidan de perros y gatos, no ganaderos. Hace poco, eso sí, en uno de mis paseos por la aldea en la que vivo, un paisano quiso venderme sus vacas, y me comentó algo de esa enfermedad tan rara transmitida por un mosquito, y que las pobres vacas se estaban poniendo enfermas después de ser vacunadas por el veterinario (vaya, qué conspiranoico está todo el mundo, ¿eh?). Llegó a hacerme un gesto de desdén hacia la supuesta existencia de ese «virus». Vamos, que no se creía ni una palabra de lo que le habían contado. Parece ser que no es el único que se ha dado cuenta del percal... aunque a no ser que seas un ciudadano responsable que aún ve la televisión, tampoco hay que ser muy inteligente para observar y llegar a tus propias conclusiones. A pesar de las apariencias, el crotal y el cencerro delatan la condición de esclava de esta pobre vaca, que acabará en el matadero cuando a su propietario esclavista le convenga. Y no, no es libre ni feliz.
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Rompo mi silencio de más de un año para anunciar el lanzamiento de un libro que se ha venido gestando desde el inicio de mi aventura empresarial. Es un libro que considero muy necesario y en el que expongo las vergüenzas de la profesión veterinaria y de una sociedad en decadencia, con el deseo de que despertemos de una vez y empecemos a crear el mundo en el que queremos vivir: un mundo en el que se respete la libertad y la vida de todos los individuos que forman parte de él. Es decir, un mundo vegano. Tengo una larga experiencia como escritora, así que soy consciente de que escribir un libro no es tarea fácil y hay muchos proyectos que han quedado olvidados y llenos de polvo en alguna carpeta de mi ordenador. Pero creo que puedo decir que con ninguno he sudado y llorado tanto como con este libro, a pesar de que mi intención desde el principio fue darle un tono ameno y divertido, describiendo la alocadas aventuras de dos veterinarias que un día se conocieron, compartieron sueños y decidieron ir a por todas.
De hecho, este blog es el culpable. En la sección «Contacto» el lector podrá ver una versión modificada del texto que me llevó a la perdición: en él decía que estaba abierta a cualquier proposición indecente que me hiciera algún veterinario o veterinaria que fuera vegano y tuviera los mismos ideales que yo. Por ese entonces pensaba que mis probabilidades de encontrar a alguien así eran las mismas que las de ganar la lotería, o sea, ninguna (especialmente porque no juego). Pero, a veces, la vida te da sorpresas. Esa veterinaria apareció. Y un año después nos fuimos a Asturias para abrir la primera clínica veterinaria vegana de España (vegana de verdad, no como esas con supuestos propietarios veganos que siguen vendiendo piensos cárnicos en sus tiendas). Algunos de nosotros hemos nacido para escribir y otros para hablar, eso es una verdad indiscutible. Pero bueno, si hay que hacerlo, se hace. Todo sea por una buena causa y para satisfacer la curiosidad de todos aquellos que alguna vez os preguntasteis si realmente había una mujer detrás de Vet y Vegan y si en persona sería igual de borde que escribiendo. Si veis el vídeo, ya tendréis las respuestas a vuestras preguntas. La agradable charla tuvo lugar el sábado 14 de mayo. Yo estaba cómodamente en la buhardilla de la casa de mis padres, después de descartar la mesa del jardín con unas chulas fotos de flores y aves detrás, ya que hacía demasiado fresco. Al final creo que dio lo mismo, porque con la excelente calidad de imagen de la cámara de mi portátil no se ve ni el bonito color azul cielo de la pared que tengo detrás… Los interesados en que eso mejore, siempre me podéis dejar un donativo para que invierta en equipos de grabación y así pueda fundar mi propio canal en YouTube. A pesar de que yo había advertido al anfitrión de la charla de mi natural tendencia a quedarme bloqueada, cuando no callada como un muerto, hecho que podía prevenirse si conocía de antemano las preguntas y las podía preparar un poco en mi cabeza, al final fue todo bastante improvisado, por lo que podía haber contado cosas mucho más interesantes o haber ido mucho más al grano (o a la llaga en carne viva, que a mi profesión le tengo muchas ganas y cada día más). Pero qué le vamos a hacer, esto es lo que salió. Sea como sea, mi agradecimiento hacia Luis Torres por pensar en mí, invitarme y darme esta oportunidad de entrenamiento y autosuperación que seguro me servirá para el futuro. Su blog Abolición, no regulación, merece un buen vistazo y yo misma lo he utilizado como referencia en alguna ocasión (incluso como inspiración en «El extraño caso del plátano sintiente», aunque es probable que tenga su primera noticia cuando lea estas líneas, si es que las lee en algún momento 🙃.)
El pasado fin de semana me llegó una foto a mis noticias de Facebook que me impactó profundamente y me llenó de tristeza. Intento evitar dejarme llevar por mis emociones en mi labor de activista, pero en esta ocasión, simplemente, no pude. Hay ciertas prácticas que deben ser cuestionadas, y aunque sabía a lo que me exponía porque ya había sido testigo de las reacciones irracionales que suelen generar este tipo de publicaciones, decidí que, esta vez, no podía callarme.
La foto en cuestión es esta (la leyenda «Así no» es mía):
Como expliqué en mi anterior entrada, el mes de septiembre de este año me lo pasé en el hospital porque a mi padre tuvieron que operarle de urgencia. Como tuve que trasladarme a la casa de mi infancia y allí no tenía conexión a internet, aproveché para llevarme unos cuantos libros relacionados con el veganismo. Uno de ellos lo había empezado justo al iniciar mi labor activista, porque siempre me ha interesado la Segunda Guerra Mundial. Se llama Eternal Treblinka, de Charles Patterson (el título fue malamente traducido al español como ¿Por qué maltratamos tanto a los animales?). La verdad es que nunca pensé que la elección de la palabra «holocausto» para describir la situación actual de los animales no humanos fuera tan acertada.
Así que entre visita y visita al hospital, descansaba leyendo y… iba a decir disfrutando, pero no, disfrutar, no disfruté mucho. Eternal Treblinka describe con todo lujo de detalles cómo los nazis se inspiraron en la industria de explotación animal, que en aquellos años ya llevaba décadas desarrollándose, para montar su maquinaria de exterminio. El objetivo de la industria de explotación animal era aumentar la eficacia y perfeccionar el sistema de asesinato en cadena de los millones de animales no humanos que entraban a formar parte de la alimentación humana. No, los nazis no inventaron nada nuevo, solo cogieron las técnicas que ya se estaban utilizando en los grandes mataderos y las aplicaron a las víctimas humanas. Casi 75 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, creemos que el Holocausto es parte del pasado. Sin embargo, sigue ocurriendo a solo unos pocos kilómetros de distancia, en cada uno de los mataderos que proveen de carne y subproductos cárnicos a los consumidores. Nada me estremece más que ver en reportajes a los trabajadores de El Pozo sintiéndose orgullosos de los números: «Cuando empecé a trabajar allí se mataban 11 cerdos diarios, ahora 14 000 diarios.» Y se quedan tan anchos. Eso sí, lo hacen bajo todas las garantías de sus sellos de «malestar animal» porque en nuestra sociedad matar no humanos para consumo no se considera violencia ni maltrato, y además es legal. [En concreto me refiero al reportaje emitido el 12 de noviembre de este año titulado Los reyes de la carne, de Comando Actualidad, minuto 58, por si alguien tiene el estómago de verlo]. Desde que empecé mi andadura como activista, voy de susto en susto. Primero descubrí a qué se dedicaban realmente los miembros de Igualdad Animal, no precisamente a promover el veganismo a pesar de sus denuncias sobre la situación de los cerdos en las granjas españolas. Aún estoy esperando ver los resultados de sus heroicas actuaciones. Luego descubrí que hay supuestos «veganos» comeinsectos que en realidad son sensocentristas pero por alguna razón quieren seguir llamándose veganos. Y poco a poco me voy dando cuenta de que el movimiento por la defensa de los Derechos Animales está invadido por supuestas organizaciones «veganas» que solo suponen un lastre para el veganismo. No solo están los bienestaristas, sino también los reducetarianos. Y lo peor de todo es que muchos veganos no se dan cuenta de que están siendo burdamente engañados. Admito que a veces me siento confusa. En mi ingenuidad, yo realmente pensaba hace escasos seis meses que ser vegano activista era otra cosa. Pensaba que iba a invertir mi tiempo tratando de convencer a no veganos de que los animales no humanos deben ser respetados y por ello tenemos que dejar de explotarlos. Y resulta que el verdadero problema por el que el veganismo no avanza más rápidamente es porque nuestro movimiento está siendo usurpado por personas que se autodenominan veganas pero no lo son, y además tienen la desfachatez de decirnos a los veganos cómo tenemos que comunicarnos con los no veganos para conseguir un mundo vegano.
No salgo de mi asombro. En la parte 1 del Decálogo del Vegano Activista vimos los puntos más básicos que nunca hay que olvidar a la hora de hacer activismo vegano. Quise hacer una parada para que diese tiempo a los lectores a reflexionar y tener muy claros esos primeros conceptos. Hoy avanzamos y nos adentramos en asuntos que son algo más complicados y que nos suelen coger de sorpresa a los que empezamos en esto. Muchos hemos cometido ciertos errores pero por suerte hemos rectificado. 6. Ten paciencia y recuerda que hubo un tiempo en el que tú también eras un especista. Si eres capaz de tener una conversación con un interlocutor que te repite los mismos argumentos sin lógica alguna que ya has escuchado cientos de veces, y puedes responderle de manera razonada y sin perder la compostura, estás muy cerca de ser un buen vegano activista. Los veganos somos como los agricultores: nos dedicamos a plantar semillitas que jamás (o en muy contadas ocasiones) vamos a ver germinar. Si queremos hacer activismo vegano, lo tenemos que hacer con la misma comprensión, dedicación, amor y paciencia que un agricultor utiliza para sembrar sus cosechas, verlas crecer y dar sus frutos. En mis incursiones por las redes sociales es frecuente encontrarme con gente que pregunta (con o sin ironía): «¿Y qué debo hacer para ser un buen vegano?» Por si hay dudas, aclaro desde ya que no, no creo que haya «buenos» y «malos» veganos. No existen «carnets veganos» ni «policía vegana», estos son solo términos inventados por personas que se sienten juzgadas cuando les haces una crítica constructiva. Es obvio que ninguno de nosotros es perfecto. Pero si somos veganos y hemos decidido hablar de veganismo, considero fundamental que lo hagamos con conciencia y responsabilidad. Por ello he cambiado la pregunta inicial, «¿Qué debo hacer para ser un buen vegano?» por una que se adapta mejor a la problemática que tratamos hoy: «¿Qué debo hacer para ser un buen vegano activista?» Es más fácil de lo que parece, pero hay que informarse un poco. Espero que esta entrada (bueno, en realidad dos) sirva para dar una herramienta más a veganos activistas, para que así puedan responder rápidamente a esa pregunta un tanto filosófica con la que sin duda se enfrentarán tarde o temprano.
A pesar de que hoy elijo un tono coloquial y utilizo un poco de humor, este artículo nace del desconcierto y la frustración. Antes de escribirlo he utilizado un buscador para saber si alguien más aparte de mí ha confeccionado alguna vez un Decálogo del Vegano Activista. Los resultados me han hecho convencerme aún más de la necesidad de escribirlo. En primer lugar, aparecía un «decálogo vegano» en un blog escrito por una vegana que aparentemente es muy romántico pero poco serio. En segundo lugar, un trabajo titulado «Perfil del vegano/a activista de liberación animal en España» publicado en 2012 en la revista Reis (Revista Española de Investigaciones Sociológicas). Recomiendo su lectura porque dice algunas cosas interesantes, pero se aleja del propósito que nos ocupa. En tercer lugar, un «decálogo del vegano» que cuesta leer hasta el final tanto por la forma como por el contenido. En cuarto lugar, un «decálogo nutricional para deportistas veganos». No, no hablo de dietas hoy. El veganismo no es una dieta, eso ya lo deberíamos saber todos. El resto de resultados ya empeoran aún más. |
«El veganismo es en verdad la afirmación de que en donde haya amor la explotación debe desaparecer.»
- Leslie Cross, vicepresidente de la Vegan Society, 1951. Autora
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