El pasado fin de semana me llegó una foto a mis noticias de Facebook que me impactó profundamente y me llenó de tristeza. Intento evitar dejarme llevar por mis emociones en mi labor de activista, pero en esta ocasión, simplemente, no pude. Hay ciertas prácticas que deben ser cuestionadas, y aunque sabía a lo que me exponía porque ya había sido testigo de las reacciones irracionales que suelen generar este tipo de publicaciones, decidí que, esta vez, no podía callarme.
La foto en cuestión es esta (la leyenda «Así no» es mía):
Y el texto que la acompañaba decía así:
Mi reflexión fue la siguiente:
«Acabo de encontrarme esta foto en mis noticias de Facebook. No, no están muertos, son 1056 animales anestesiados (no quiero imaginarme en qué condiciones) y mutilados de manera gratuita en contra de su voluntad. Si alguien tiene ganas y tiempo de revisar todos los comentarios, puede hacerlo aquí: La avalancha de comentarios llamándome de todo fue tal que me pasé prácticamente cuatro días contestando con paciencia a todos lo que pude o merecían algo de atención. Como no quiero hablar de nadie en concreto ni repetir argumentos, sino hacer una crítica constructiva sobre este tipo de reacciones que se dan en el ámbito animalista, he pensado que lo mejor es tratar varios aspectos no bien entendidos que suelen surgir en este tipo de debates. Veamos si puedo traer algo de luz y sensatez a todo este asunto.
NOTA: aunque como vegana rechazo términos como «propietario» o «animal de compañía», los utilizaré durante la redacción de este artículo porque por desgracia sigue siendo la norma en la sociedad especista en la que vivo, especialmente en ambientes veterinarios. Asimismo, utilizaré el término «esterilización» porque es un término más amplio, aunque la práctica más frecuente es la extirpación quirúrgica completa de los órganos reproductores (testículos en machos, útero y ovarios en hembras), también llamada «castración».
1. La cuestión de los Derechos Animales.
Es francamente incomprensible que muchas personas que dicen pertenecer a un movimiento que supuestamente defiende los derechos animales no sepan realmente a qué nos referimos cuando hablamos de Derechos Animales. Yo suelo utilizar mayúsculas y minúsculas para diferenciar los verdaderos Derechos de otras cosas, sí, así de mal vamos. Y a pesar de llevar más de un año estudiando sobre ello, aún no soy ninguna experta, por lo que aconsejo la lectura de otras fuentes («Derechos Animales: introducción básica», «La Cuestión de los Derechos Animales»). Pero lo que todos deberíamos tener claro (sobre todo si somos veganos) es que el derecho fundamental de todo ser sintiente es el derecho a no ser considerado propiedad. Por supuesto, esto implica el derecho a la no violación de su integridad física, sea cual sea la causa.
¿Cuál es la realidad que nos encontramos? Que la mayoría de las organizaciones animalistas que dicen defender los derechos animales ni son veganas ni defienden de verdad los Derechos Animales. En realidad son organizaciones que trabajan codo con codo con la industria de explotación animal, favoreciendo la adopción de medidas bienestaristas que lo único que hacen es perpetuar la idea de que los animales están ahí para que nosotros los utilicemos, eso sí, siempre que lo hagamos de manera «humanitaria» o «sin crueldad». Un vegano que se haya formado adecuadamente ya tiene claro que la explotación feliz no existe y que debemos rechazar las medidas bienestaristas. Por desgracia, no puedo decir que estos veganos abunden. Y la situación se torna aún peor cuando en lugar de «animales de granja», hablamos de «animales de compañía». 2. El problema del abandono.
El abandono de perros y gatos es de sobra conocido en círculos animalistas. La mayoría de estas personas ni siquiera son veganas, y uno de los principales problemas que veo es que muchos animalistas que luego adoptaron una dieta vegana y por ello se llaman a sí mismos veganos, no llegan a educarse convenientemente en veganismo y Derechos Animales. Se quedan anclados en viejas ideas que se originaron y se perpetúan en esos círculos animalistas por la necesidad de encontrar una solución al problema del abandono.
Los veterinarios conocemos muy bien ese problema. Desde que terminé mis estudios, he visto aparecer la obligatoriedad de identificar y vacunar a nuestros animales, y he visto cómo se promovía cada vez más la esterilización de perros y gatos (y otros «animales de compañía»). La razón fundamental por la que se recomendaba esta práctica era para evitar camadas indeseadas. Al principio muchos propietarios se mostraban reacios (especialmente si hablamos de perros machos), pero durante muchos años los veterinarios insistimos, mencionando también otros beneficios: se evitan comportamientos indeseados como el marcaje de los gatos, se evita el incómodo celo de las hembras, prevenimos potenciales patologías como piómetras (infecciones en el útero)… y sobre todo, aunque esto no se le dice al cliente, constituyen una buena fuente de ingresos para la clínica, exactamente igual que ocurre con la vacunación. Seríamos tontos si no promoviéramos la esterilización de cualquier animal que vaya a formar parte de una familia de humanos. Pero, siendo sinceros, ¿es la esterilización realmente necesaria y beneficiosa para el animal? Pues, a no ser que se haga exclusivamente por una razón médica (ejemplo: tumor hormonodependiente), y siempre desde el punto de vista de los Derechos Animales, es obvio e indiscutible que no. En el resto de casos la esterilización será siempre una violación a la integridad física del individuo, no muy distinta al corte de orejas por razones estéticas o a la desungulación de los gatos, que por fortuna en España se han prohibido legalmente hace poco más de un año. Además, la edad a la que se realiza la esterilización es cada vez más temprana. Existen diversos estudios científicos que muestran que la esterilización temprana puede prevenir algunos tumores pero también aumentar la incidencia de otros, provocar un mayor riesgo de hipotiroidismo, disminuir la longevidad o producir problemas de comportamiento. Hay incluso países como Noruega o Dinamarca en los que la esterilización está prohibida si no hay una razón médica que lo justifique. Si estamos hablando de adopciones, no nos engañemos: no se esteriliza porque eso vaya a ser mejor para el animal, sino para evitar nuevos abandonos por parte de propietarios irresponsables. El problema es que después de años promoviendo la llamada «adopción responsable», ahora todo el mundo asocia esto a la obligatoriedad de que adopción y esterilización vayan siempre juntas. No. Ser responsable no significa que tengas que esterilizar a tu animal obligatoriamente, sino evitar que críe, si es posible sin violar su integridad física, si lo que queremos es respetar de verdad sus derechos básicos. Como hoy en día el 99% de la población ni es vegana ni ha oído hablar de Derechos Animales, encuentra plenamente justificada la esterilización masiva, más si es lo que recomiendan todos los veterinarios del mundo, dando lugar a situaciones como la de la foto. Pero que la esterilización masiva se haya convertido en una práctica rutinaria no significa que sea ética. Además, a pesar de ser una práctica rutinaria, el número de abandonos no ha hecho más que crecer en España, así que es obvio que no soluciona el problema. Es realmente sorprendente debatir con personas que se posicionarían sin pensarlo en contra de la mutilación de rabos y colmillos de cochinillos, y sin embargo son incapaces de considerar por un segundo si la esterilización es un procedimiento ético, cuando en teoría ambos se hacen por «el bien del individuo», como evitar que se hagan heridas entre ellos y prevenir futuras infecciones. ¿Cuál es la diferencia? No estoy muy segura, la verdad. Supongo que en el primer caso está claro que los matamos para comer y eso es malo para la mayoría de los autodenominados veganos. Sin embargo, utilizar a un individuo para impedir que una especie se reproduzca no se ve como algo malo. Y si además de esterilizarlo lo adoptamos, ya estaría plenamente justificado, puesto que nos hemos convertido en una especie de héroes a los que se puede perdonar casi cualquier cosa. De estos comportamientos se deduce que muchos veganos aún no han entendido qué es el veganismo. 3. La supuesta sobrepoblación.
Es una idea muy extendida que la esterilización masiva es una medida para controlar la sobrepoblación de animales vagabundos. Alguien en ese debate originado en Facebook llegó a afirmar que estaba totalmente justificada para controlar «especies plaga». No, lo cierto es que la única «especie invasora» es la humana. Sus poblaciones invaden el hábitat natural de muchos animales, como los pobres jabalíes que se ven obligados a bajar a los pueblos en busca de comida… y lo único que encuentran es la muerte por una flecha disparada a su costillar. Es francamente curioso no ver a nadie promoviendo la captura, esterilización y suelta de jabalíes. ¿Por qué será? Yo diría que la respuesta es obvia: los jabalíes son poco menos que cerdos salvajes y a pocos animalistas les importan tanto los cerdos como para dejarlos fuera de su plato, así que tener que dispararlos con flechas para controlar su «sobrepoblación» estaría más que justificado. Además, se consideran «peligrosos», no como los gatos. Si a un miembro del Departamento de Sanidad Animal del ayuntamiento local se le ocurre promover el exterminio con flechas de la colonia de gatos que está produciendo problemas de convivencia entre vecinos, esos mismos animalistas se le echarán encima, ya que los gatos no se comen y necesitan protección ciudadana, no como los cerdos y jabalíes. Así que hace tiempo a alguien se le ocurrió que lo mejor para controlar las colonias felinas era capturarlos, esterilizarlos y soltarlos de nuevo. Y su labor es encomiable, sí, porque logró (no sé cómo) convencer a todos esos animalistas que lo hacían por el bien de los gatos y no para controlar una plaga igual de molesta que los jabalíes. Muchos autodenominados veganos están a favor del método CES de control de colonias (sí, el nombre no engaña a nadie pero aún así están a favor). Y quizá aún confundidos por ciertas organizaciones «defensoras de los derechos animales» —que en realidad son bienestaristas y que lo que promueven en realidad es la disminución del sufrimiento y no el veganismo— se unen como voluntarios a participar en tales campañas de esterilización.
Como vegano, no se te ocurra cuestionar nada de lo que hace uno de estos animalistas, porque te pasará lo mismo que a mí: te caerá una lluvia de insultos, pondrán en duda tu profesionalidad, te dirán que eres una elitista o que perteneces a una secta. Solo por afirmar que la esterilización masiva atenta contra la integridad física de un individuo. 4. Evitar el sufrimiento.
Esta es una de las principales razones que te darán los defensores de la esterilización masiva para tratar de justificar una acción claramente inmoral. Para ellos la mejor forma de evitar el sufrimiento animal es evitar que nazcan animales. Y están tan convencidos de ello que ni siquiera se plantean si los humanos tenemos derecho a decidir sobre la vida de otros animales. Si son animalistas no veganos, es de esperar que piensen así. Pero que también lo hagan personas autodenominadas veganas, es más preocupante.
Creo que puedo afirmar sin temor a equivocarme que todos los veganos somos especialmente sensibles al sufrimiento de los animales. Creemos que es injusto que se exploten precisamente porque son seres que sienten y sufren, y por ello estamos en contra de la explotación animal. La diferencia viene cuando entendemos que lo esencial no es evitar el sufrimiento (porque entonces podríamos apoyar la explotación feliz, y eso no es veganismo sino bienestarismo), sino rechazar todo uso que se haga de los animales. En un mundo ideal, los humanos deberíamos respetar a todas las especies animales y simplemente convivir con ellos en paz, ellos en su hábitat natural y nosotros en el nuestro. La situación actual de los llamados «animales de compañía» es consecuencia de un largo proceso de domesticación que ha hecho a perros y gatos dependientes de nosotros. En realidad no necesitamos «animales de compañía», igual que no necesitamos animales para comer, así que, en un mundo ideal, deberíamos dejar de criarlos. Al contrario de lo que pensarán muchos lectores, yo no vivo en los mundos de Yupi y soy consciente de que actualmente la gran mayoría de los humanos van a seguir criando, comprando y vendiendo «animales de compañía». Parte de esos animales acabarán siendo abandonados. Pero esterilizarlos es solo un parche que, queramos o no, atenta contra los Derechos Animales. En el caso concreto del método CES, no ceso de preguntarme cómo la esterilización de un individuo le puede cambiar la vida si lo único que hacemos es capturarlo, mutilar sus genitales y volver a soltarlo en un ambiente hostil con la misma probabilidad de contraer enfermedades o morir atropellado. Evitar que se reproduzca no va a evitar en nada que siga sufriendo, si es que realmente sufre siendo libre. De hecho, si lo que nos preocupa de verdad es el sufrimiento, evitaríamos más sufrimiento matando directamente a todos esos animales callejeros, como hace la organización animalista PETA (una de esas organizaciones que nos confunde a todos por incluir en sus siglas la palabra «ética», igual que las perreras que ahora se llaman «protectoras»). El especismo es el que hace que en la mente de los animalistas estas medidas están justificadas, cuando jamás actuaríamos del mismo modo en el caso de humanos. A todos nos parte el corazón ver a los inmigrantes llegando en pateras, o a los niños de África muriendo de hambre, pero ninguno propondríamos como solución esterilizar a todas las niñas y niños para acabar con el sufrimiento de las siguientes generaciones, porque atentaríamos contra los derechos básicos de esos individuos. La esterilización de los no humanos tiene la misma finalidad que las medidas bienestaristas: calmar las consciencias de los «defensores de los animales», que ven aliviado su propio sufrimiento al pensar que están haciendo algo bueno por ellos. Pero si queremos ir a la raíz del problema, es fundamental entender el veganismo y trabajar para su difusión. Da igual si esto nos va a llevar cuarenta, cien o quinientos años, es fundamental empezar YA. 5. La profesión veterinaria: idealizada y mal entendida.
Me resultó interesante comprobar que al enfrentarte con animalistas, obtienes exactamente las mismas reacciones por internet que en persona. Creo que todo veterinario clínico de pequeños animales se ha visto alguna vez en la tesitura de tener que atender a una persona que acude a su consulta con una paloma herida, un pajarito medio muerto o un gato callejero por lo general extremadamente joven con infecciones de todas las clases. Cuando amablemente les preguntas: «¿Y eres tú la persona que se va a hacer cargo de este animal?», en el 95% de las ocasiones te dicen: «No, no tengo dinero… es por si podíais hacer algo». Gratis, claro. O sea, que es esa otra persona la que ha decidido recoger a un animal de la calle, pero ahora quieres que seas tú el que se haga cargo de tal responsabilidad. Y si te niegas a hacerlo porque tu tiempo en la clínica es para pagar las facturas, no para perder dinero, serás acusado de ser un insensible, un egoísta, de no tener corazón y de que no te importan los animales.
No puedo negar que es la compasión la que lleva a estas personas a pedir ayuda veterinaria, y eso es infinitamente mejor que encontrarte a personas que odian o maltratan a los animales. Pero aún así todos tenemos que ser responsables de nuestras decisiones. Mientras vivamos en un mundo regido por el materialismo y el dinero, tenemos que ser conscientes de que adoptar a alguien (sea humano o no) conlleva tener la posibilidad de cubrir todas sus necesidades. Si no puedes hacerlo, tendrás que renunciar a tu impulso por mucho que te duela, porque no puedes cargar a otro con la responsabilidad que tú elegiste. La gran mayoría de veterinarios estudiamos veterinaria porque nos gustan los animales. Y luego nos tenemos que enfrentar a un mundo especista en el que a nadie le importan los animales (al menos los «de compañía» en el caso de veterinarios no veganos) tanto como a nosotros. Así que, día sí, día no, nos enfrentamos a situaciones en las que queda patente que para muchas personas su perro o su gato no es más que una mascota, una especie de juguete que hay que alimentar y sacar a pasear, pero del que se desharán en cuanto suponga una pequeña molestia. Un tumor que hay que operar y resulta demasiado caro. Un bebé que está en camino. Una alergia en un hijo. Una mudanza. Unas vacaciones. Un cazador que piensa que su perro ya es demasiado viejo y como está sordo ya no le sirve. Gente que deja las ventanas abiertas de su sexto piso aun sabiendo que su gato puede saltar y caerse. Los veterinarios somos testigos directo de todo esto, pero como tenemos que ser políticamente correctos para no perder clientes, tienes que guardártelo todo y no discutir con ellos. Y aún así nos acusan de no tener corazón si te niegas a atender a un animal callejero. O, si te has atrevido a cuestionar una práctica que atenta contra los Derechos Animales, te dicen que eres como un matarife porque vives de la explotación animal, así que tú también haces algo poco ético y no eres coherente con tus principios. Este argumento es el mismo que utilizan los no veganos cuando piensan que ellos no son culpables porque no matan literalmente al cerdo que se van a comer. Según ese mismo razonamiento, los pediatras deberían estar en la cárcel por utilizar a los niños para lucrarse, algo que no tiene ningún sentido. Nadie espera de un médico que dé la solución a la pobreza en el mundo o que preste sus servicios gratuitamente a todos los vagabundos de la calle. Sin embargo, muchos creen que los veterinarios somos como San Francisco de Asís y todos tenemos que dedicar nuestro tiempo libre a cuidar de nuestro refugio animal particular. En realidad la profesión veterinaria responde a la demanda de la población, y mientras esa población sea especista y no tenga en cuenta los Derechos Animales, seguiremos viendo fotos tan desoladoras como la de la campaña de esterilización masiva de México. Y muchos lo seguirán llamando «protección animal», sin ni siquiera preguntarse si nosotros, solo por ser humanos, tenemos algún derecho de decidir sobre sus vidas. Si los veterinarios como colectivo se erigen en algo, es como «garantes del bienestar animal», pero eso, por desgracia, en los tiempos que corren no tiene nada que ver con veganismo ni con la verdadera defensa de los Derechos Animales, sino con puro y duro bienestarismo. En el fondo todo obedece a las mismas causas: antroponcentrismo, especismo, disonancia cognitiva y falta de responsabilidad.
Comentarios
|
«El veganismo es en verdad la afirmación de que en donde haya amor la explotación debe desaparecer.»
- Leslie Cross, vicepresidente de la Vegan Society, 1951. Autora
Veterinaria y vegana. Una difícil combinación en los tiempos que corren. Libro
Relato
¡DESCARGA GRATUITA!
Solo por visitar mi página te regalo un relato corto sobre la peliaguda cuestión de si las plantan sienten.
El extraño caso del plátano sintiente Archivos
Febrero 2024
Categorías
Todo
|