Algo se mueve en la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid. Algunos estudiantes animalistas, sensibles hacia la explotación a la que son sometidos los animales que allí viven con fines de docencia y experimentación, están llevando a cabo diferentes iniciativas para que la Administración tome conciencia y actúe. A pesar de que me llenó de esperanza que por fin hubiera alguien lo suficientemente valiente como para hacerlo, creo que no se está poniendo énfasis en el verdadero problema: la propia utilización de esos animales, y no el trato que reciben en las instalaciones. Es necesario un cambio en el mensaje que se está dando si de verdad nos importan los Derechos Animales. Ya en mayo de 2016, alumnos de veterinaria exigieron a los responsables de bienestar animal una reunión para que les dieran explicaciones sobre el deplorable estado de los perros Beagle usados en las prácticas, como describe este artículo de El Confidencial. Como es habitual, el decano de la facultad, Pedro Luis Lorenzo, afirmó que se cumplía con todas las leyes de bienestar animal. Pero por lo que describen los alumnos, eso no parecía ser suficiente. En septiembre de 2017 se publica un segundo artículo en el periódico digital eldiario.es sobre el mismo tema. Más de un año después nadie había solucionado el asunto y los alumnos denunciaban presiones por parte de compañeros, porque sacar esto a la luz podría perjudicar su trayectoria académica y el prestigio de la universidad. Más alumnos se sumaron a la protesta. El artículo, si bien no llega a la raíz del problema, pone el dedo en la llaga en relación a algunas cuestiones: La normativa, según expertos en “bienestar animal” (un concepto ya de por sí poco concreto y muy desvirtuado), es ambigua y deja bastante margen al criterio del investigador. Por ejemplo, establece que los animales que hayan sido usados ya en al menos un procedimiento solo podrán serlo de nuevo en caso de que se cumplan una serie de requisitos: que la severidad real de los procedimientos anteriores haya sido clasificada como “leve” o “moderada”; que se haya demostrado la recuperación total del estado de salud general y de bienestar del animal; que el nuevo procedimiento se haya clasificado como “leve”, “moderado” o “sin recuperación”; que cuente con asesoramiento veterinario favorable, realizado teniendo en cuenta las experiencias del animal a lo largo de toda su vida. Además, la propia ley precisa que el órgano competente, en circunstancias excepcionales y previo examen veterinario, podrá autorizar la reutilización de un animal aunque no se cumpla el primero de esos requisitos. Ese animal no podrá haber sido utilizado más de una vez en un procedimiento “que le haya provocado angustia y dolor severos o un sufrimiento equivalente”. El problema es que son los propios interesados en esos estudios los que clasifican el procedimiento (por lo que tenemos dudas de que no puedan ser clasificados como “leves” procedimientos que no lo sean), y que se obvia la evidencia de que todo procedimiento provoca, cuando menos, angustia. De lo que no hay duda es de que el Comité de Ética que tiene que avalar el uso de animales para su autorización por la Comunidad de Madrid (encargada de cumplir ese real decreto) está copado por profesores que investigan con animales. De hecho, entre sus asesores está Juan Carlos Illera, conocido por su polémica defensa de la tauromaquia alegando que el toro no sufre con la lidia porque segrega endorfinas. Al parecer, no tantas como para disimular los gestos de inmenso dolor y terror que se pueden apreciar solo con mirarle a la cara prescindiendo de la farándula que rodea su sufrimiento, ni para ahorrarle los vómitos de sangre que le acaban ahogando, ni las convulsiones cuando le mutilan aún vivo. Tendríamos menos dudas sobre la imparcialidad de ese Comité de Ética si tuviera unos asesores más… éticos. Un artículo muy reciente publicado en la página web Aula Animal da voz a estudiantes de veterinaria que han pasado por experiencias desagradables durante su carrera. A finales de febrero de este año hubo incluso una manifestación a las puertas de la facultad exigiendo que se hiciera pública toda la información relativa a los animales usados en la universidad. Me alegra que se estén movilizando, comprendo su motivación y comparto en gran parte sus impresiones acerca del uso de esos animales. Sin embargo, como vegana abolicionista, no puedo estar de acuerdo con su forma de protesta. El problema se está abordando desde una perspectiva animalista (e incluso bienestarista) en lugar de hacerlo desde el veganismo y los Derechos Animales. Se habla de maltrato en lugar de ir a la raíz del problema (el uso), incurriendo en los mismos errores que otras campañas monotemáticas. Por tanto, no es de extrañar que las reacciones que están obteniendo por parte de la facultad sean insatisfactorias. Suele ocurrir cuando en vez de exigir la abolición de todo uso de animales por considerarlo éticamente inaceptable, solo se exige que los “utilicen bien”. Pero esto lo dejaré para el final del artículo. De momento, veamos qué denuncian exactamente y cuál fue mi propia experiencia al respecto. Una cosa está clara: como oí decir hace poco en una entrevista a Laura Gonzalo, estudiante de veterinaria, vegana, y portavoz de Gladiadores por la paz (aclaro que tampoco comulgo con la forma de activismo de esta organización), la veterinaria es «la ciencia de explotar animales». En esto sí que estoy de acuerdo. Ojalá alguien me lo hubiera dicho así de claro cuando estudiaba el bachillerato. Me habría ahorrado un par de décadas de estudio, trabajo y total infelicidad, creyendo que ese era el mejor camino para mí. Así que no me sorprende que otras estudiantes se hayan sentido como yo me sentí mientras hacía la carrera. Con frecuencia afirmo que no es casualidad que la profesión de veterinaria sea una de las que tienen mayor tasa de suicidios, hecho que normalmente no se menciona en ningún sitio. Claro que a lo mejor se debe a que, como un profesor nos decía en un máster allá por 2011 (una de las últimas veces que pisé la facultad), cuando empezamos la carrera muchos de nosotros somos jóvenes inmaduros que nos pensamos que en veterinaria vamos a aprender a curar perritos y gatitos y que todos vamos a acabar trabajando en clínicas, cuando en realidad hay muchas otras salidas profesionales… Sí, pensé yo, todas las que implican explotación animal. La facultad de veterinaria no es un buen lugar si realmente te gustan los animales, y ya si los respetas a todos por igual (y por tanto eres vegano), es un auténtico infierno. Pero vayamos por partes. Dice una de las estudiantes: El primer día, después de la charla de Decanato, en la que dijeron que Veterinaria era una gran familia, fuimos a la cafetería y… primer encontronazo. ¿Cómo era posible que una facultad en la que, en teoría, las personas vivían por y para los animales, tuviese una cafetería plagada de carteles, pósters y calendarios de corridas de toros? AVATMA (Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia y el Maltrato Animal) ya venía denunciando este hecho desde 2014, organizando incluso una recogida de firmas que como otras medidas de grupos bienestaristas resultó completamente inútil. Parece ser que era el gerente del bar el que colgaba esos carteles de toros porque era un aficionado. Lo vergonzoso es que, según me han hecho saber los propios estudiantes, hay pruebas gráficas de que esos carteles no se retiraron hasta febrero de este año. Algunos de ellos fueron sustituidos por bonitas fotos de naturaleza coincidiendo con la visita programada de los inspectores de la European Association of Establishments for Veterinary Education (organismo que evalúa la calidad de enseñanza en los centros europeos y otorga la acreditación correspondiente si se cumple la normativa). Agradezco a estos estudiantes la cesión de sus fotografías para la realización de este artículo. Respecto a la afición a los toros que parece plagar la facultad, José Enrique Zaldívar, presidente de AVATMA, ya afirmaba en 2014 que un 50% de veterinarios están a favor de la tauromaquia, ya que da trabajo a muchos compañeros, aunque en las nuevas generaciones cada vez hay más antitaurinos. Con esas cifras tampoco es sorprendente que una de las principales actividades del Colegio de Veterinarios sea promover la tauromaquia. Solo recientemente han retirado su Trofeo Taurino, una victoria que por cierto se atribuyen los miembros de AVATMA por una petición que hicieron oficialmente al Colegio en 2015, a pesar de que desde el Colegio afirman que esa petición no ha tenido nada que ver en su decisión de retirar el premio. Como vemos, los miembros de AVATMA actúan igual que otras asociaciones bienestaristas que cantan victoria cuando se prohíbe la venta de huevos procedentes de gallinas criadas en jaula, como si eso fuera a suponer alguna diferencia para los animales. Y, por otra parte, el Colegio de Veterinarios nos envía a todos los colegiados un correo electrónico dejándonos claro que van a seguir defendiendo la tauromaquia y a todos los que sacan tajada de ella. Especialmente el punto 6 casi me hizo llorar. Según relatan varias estudiantes, la emoción inicial de empezar la Universidad iba dejando, poco a poco, paso a la decepción: “me sentí sola y extraña ante la incoherencia que encontré." Pues sí, yo me sentí igual durante años, durante la carrera y cuando acabó, también. Pero creo que es porque la Universidad no es más que el reflejo de una sociedad especista en la que los Derechos Animales se ignoran completamente. Los antecesores de los veterinarios, los albéitares, existían porque desde los albores de la humanidad se ha utilizado a los caballos como bestias de carga, para transportar personas y con fines bélicos. Si se ponen enfermos, hay un perjuicio para el ser humano. Los veterinarios no surgen por amor hacia un animal, surgen porque mantener con vida a un animal supone un beneficio para los humanos. Y esto sigue siendo así, mires donde mires. Según lo que cuentan estas alumnas de veterinaria, parece ser que nada ha cambiado desde finales de los 90, cuando yo tuve la desgracia de malgastar mi tiempo acudiendo casi a diario a la Facultad de Veterinaria. Considero el uso de animales para docencia algo tan anacrónico como las corridas de toros, pero igual que otras costumbres especistas arraigadas en nuestra sociedad, como alimentarnos de productos animales, la gran mayoría de las personas lo ve como algo totalmente normal. Se sigue manteniendo solo por tradición y porque el cambio supondría una considerable inversión económica. Cuando pienso en todos los animales que vi en las instalaciones de la facultad siendo utilizados con fines de docencia o experimentación, y tengo en cuenta el número de alumnos en prácticas que los manejaron igual que yo, se me cae el alma a los pies. Todo empieza ya desde el primer curso, en la asignatura de Biología. Por alguna razón, se piensa que en el futuro nos va a ser útil saber diseccionar calamares, cangrejos de río, truchas arco iris, caracoles o gallinas ponedoras. Menos mal que si aprobabas las prácticas pero no la teoría, y el año siguiente tenías que repetir la teoría, no tenías que repetir las prácticas, o eso hubiera significado seguir sumando cadáveres de animales inocentes en nuestro haber. Eso incluye también embriones de pollito, como bien describe una de mis compañeras: En una práctica teníamos que inyectar un líquido en huevos embrionados. Si al día siguiente el embrión seguía vivo, deberíamos sacrificarlo congelándolo. Llegó mi turno. El pobre se revolvía sin parar dentro del huevo. Me quedé paralizada. Aquello era desproporcionado. El profesor me dijo “¿a qué esperas?” Con sensación de angustia le contesté que no iba a hacerlo. Aquello me costó la expulsión del aula y una amenaza de suspenso ante la mirada atónita de mis compañeros. Finalmente, la coordinadora se apiadó y me hizo un examen teórico de manera excepcional, pues la objeción de conciencia en las prácticas con animales no está aceptada en las facultades españolas. La razón por la que tuvimos que aprender las vías de inoculación en embrión de pollo es porque es un método muy utilizado para aislar y estudiar virus, entre otras cosas. A día de hoy, es una técnica que jamás he tenido que utilizar en el ejercicio de mi profesión. Es decir, que aparte de no ser ética, en aquel momento fue totalmente inútil. Y dado el pequeño porcentaje de alumnos que habrán podido dedicarse a la investigación, supongo que ese es el caso para cientos de veterinarios. En los dos primeros cursos tienes dos asignaturas que dan bastante miedo: Anatomía (I y II) y Fisiología. En Anatomía sobre todo estudias huesos, órganos y músculos. Los huesos ya los tienen allí y por fortuna no hay que matar a nadie más para obtenerlos (aunque algunos alumnos internos referían que de vez en cuando tenían que cocer algún que otro cadáver para aumentar la colección). La mayoría de los órganos provienen de mataderos. Ahí es donde descubrí por primera vez que los úteros a veces vienen preñados. Envían a las vacas al matadero porque ya no son productivas y a los ganaderos les da igual si hay feto o no dentro. Es lo normal, y nadie se lleva las manos a la cabeza por ello. Total, son animales de granja, son los que menos importan a la gente y algo hay que comer. El tema de los músculos es otra cosa. Resulta que esos rumores que habías oído en primer curso sobre cadáveres de perros en formol resultan ser ciertos y ahora tienes que elegir uno de la piscina y proceder a su completa disección, a lo largo de varios días, hasta que ya solo te queda un triste conjunto de músculos sin fascias, solo unidos por tendones y pequeños restos de piel. Si no tuviste suerte y te tocó un perro pequeño, apenas puedes distinguir unos músculos de otros. Y lo peor es que se supone que tienes que aprender algo de ahí. Yo aprendí más bien poco, no en vano me suspendieron en las prácticas varias veces. De dónde proceden esos perros, es un misterio. Algunos alumnos decían que eran perros vagabundos. Cuando preguntamos a la profesora, nos dijeron que venían de perreras y se les inyectaba algo en vena (no sé si se refería al eutanásico o una sustancia especial utilizada en histología para que las venas se viesen bien). Otro alumno afirmaba que se sacrificaban en cámaras de gas, lo que explicaría sus lenguas grises e hinchadas, pero nunca supe si esto era verdad. Lo que sí es seguro es que nadie les preguntó si querían seguir viviendo, y por supuesto, nadie hace preguntas sobre si eso es ético o no. Ahora, pensándolo bien, me recuerda a los médicos que robaban cadáveres de los cementerios en la época victoriana. Creo que también asesinaban vagabundos de vez en cuando. Esto es lo que hemos evolucionado en medicina veterinaria: nada. Me refiero a cuestiones éticas, claro. En términos científicos solemos ir más adelantados que en medicina humana porque todo se experimenta antes en voluntarios forzosos no humanos. En Fisiología las prácticas se hacen principalmente con roedores. Lo menos grave que vamos a hacer es practicar cómo poner inyecciones. Recuerdo que en mis tiempos también había alumnos que se negaban a hacerlo, aunque nunca supe qué pasó con ellos. Yo en aquellos tiempos ni siquiera me planteaba si aquello estaba bien o no. Lo asumía y trataba de aprovechar las prácticas. Una actitud muy distinta a la que adoptó esta alumna, totalmente comprensible: Cuando se confirmó que había una práctica en la que debíamos inmovilizar e inyectar a ratas y ratones, y la fecha se acercaba, me fui poniendo nerviosa. Quedé con otros dos compañeros en ir a hablar con el profesor, quien nos dijo que el animal solo sufría un estrés mínimo. También nos advirtió que en el examen práctico nos podría tocar pinchar a las ratas y que, de no hacerlo, tendríamos un suspenso. Además, alegó que al final de la carrera se nos acredita para manejar animales de experimentación. Pero ¿es necesario hacerlo en primero cuando somos más inexpertos que competentes? Creo que la cuestión aquí no es hacerlo en primero o en último curso, sino, simplemente, hacerlo. ¿Es esto ético? ¿Puede estar justificado en algún caso por el beneficio que suponga a la especie humana? ¿Acaso cualquier beneficio que nosotros podamos obtener justifica la muerte de un individuo no humano? Personalmente, comparto la reflexión que Christiane Bailey hacía en una conferencia de 2014 (recomiendo la lectura entera en el blog Filosofía Vegana): Aquellos que piensan que podemos utilizar a otros animales porque las vidas humanas son más valiosas que las vidas de los demás animales necesitan comprender que "los juicios concernientes al valor de las vida no tiene nada que ver con los derechos fundamentales" [Donaldson y Kymlicka, 2018]. [...] Aun aceptando que de momento no vamos a poder vivir en un mundo libre de experimentación animal, ¿qué porcentaje de veterinarios va a acabar trabajando con ratas y ratones? ¿No estamos obligados al menos a utilizar animales solo y estrictamente cuando sea necesario? ¿Con qué justificación se crían y se mantienen animales como ratas, ratones, cobayas y conejos (porque practicamos con todos ellos) solo para inyectarles repetidamente suero fisiológico por manos inexpertas? Yo puedo añadir aún más a lo que relata mi compañera. Por lo visto también se supone que es útil para nosotros realizar un screening (una necropsia en pequeñito) a ratones eutanasiados justamente para eso, por la única razón de que ese es el final por ley de todos los ratones utilizados en experimentos, y además se supone que así adquirimos habilidad con el instrumental. Recuerdo con especial desagrado esa experiencia porque creo que fue la primera vez que nosotros mismos matamos a un animal. Mejor no voy a describir los métodos más habituales de eutanasia en roedores y otros animales pequeños, algunos bastante rudimentarios. Luego vienen las ratas, porque aprender a sacar sangre de la cola de las ratas y medir su glucemia para hacer una curva de glucosa también se supone que es importante (nunca jamás lo he tenido que hacer en mi vida profesional). Seguro que vinieron más después, pero mi memoria me falla en este punto. En tercer curso la cosa se pone más seria, porque ahora también empiezas a manejar (vivos) animales de tamaño mediano, como perros y gatos, y también grandes animales, como vacas y algún que otro caballo, aunque nosotros solo los veíamos en prácticas de propedéutica, es decir, cuando estás aprendiendo a explorarlos. Tocar, los tocábamos poco, porque los grupos de prácticas solían ser de 15 o 20 personas. Pero creo que no es difícil imaginar el estrés que puede suponer para un perro que lo saquen varias veces al día para ser explorado (manoseado) por un grupo de alumnos. Creo que ahí fue la primera vez que vi a un Beagle. Recuerdo una práctica de Reproducción que consisitía en aprender a sacarle semen, porque obviamente eso también lo vas a tener que hacer repetidas veces en tu vida profesional (jamás lo he tenido que hacer). El perro ya tenía un reflejo condicionado y ni siquiera había que poner mucho esfuerzo para que eyaculara. Tampoco faltaba el comentario jocoso sobre lo bien que se lo debía pasar. Coincido con las apreciaciones que hacen las estudiantes sobre el estado de salud de estos perros. El estado de su piel y pelo no parecía demasiado sano. Pero nadie se preocupaba. Tengo experiencia con animales que están pasando por situaciones difíciles, pero ver perros en este estado en una facultad de veterinaria me pareció absolutamente fuera de lugar. Al preguntar a las personas que nos daban clase quién era el responsable de los animales, nos dijeron que no tenían información. Después de mucho preguntar, dijeron que los perros estaban bien, pero en las prácticas los veíamos y comentábamos sus evidentes deficiencias sanitarias, por ejemplo, había perras con bultos en las mamas y en el cuello. Cuando con mucho esfuerzo, conseguimos hablar con algunos responsables, nos dieron información falsa respecto a los profesionales que les asesoraban y las instalaciones donde vivían los perros. ¿Por qué no nos contaban la verdad? ¿Estudio de anestesia? ¿Por qué, en pleno siglo XXI, los estudios científicos no se hacen en el marco de una práctica clínica normal, si es que se puede? Con esto me refiero a que el uso de animales no humanos para investigación científica es injustificable desde el punto de vista ético. A diferencia de los animales humanos, los no humanos no nos pueden dar su consentimiento para que investiguemos, experimentemos o practiquemos con ellos. Por tanto, no deberíamos hacerlo a no ser que ese estudio se hiciera con animales enfermos que van a ser sometidos a un procedimiento anestésico o quirúrgico únicamente por su salud, no por la nuestra o por algún beneficio que vayamos a obtener de ello. De las vacas y otros rumiantes tampoco se habla mucho, pero me imagino que el estrés que sufre una vaca cuando alumnos introducen sus brazos enguantados por el recto una y otra vez para intentar localizar los ovarios y así aprender a inseminar no debe ser muy distinto al que sufren los Beagles. He tenido que ver cómo meten a una vaca recién parida en una camisa de exploración, le sujetan la cabeza por medio de un hierro para inmovilizarla, le realizan palpación rectal, muge y grita, le retiran el hierro, la liberan de la camisa y la golpean en la grupa para que salga y, al salir, se escurre y cae de costado y el comentario que recibes de tu profesora es: “cómo chilla la pobrecita.” De cuarto y quinto curso poco puedo decir, porque entonces sí, por fin las prácticas se realizaban dentro del Hospital Clínico Veterinario, recién inaugurado en mis tiempos. Se hacían en un entorno clínico, con el propietario del animal delante, y por tanto apenas podías hablar y solo un alumno o dos por consulta podían realizar algún procedimiento clínico, bajo la supervisión del veterinario allí presente o algún alumno interno. Esto en lo relativo a la parte clínica de pequeños animales y exóticos. Si hablamos de animales de granja, la última parte de la carrera es un total despropósito, con asignaturas en las que conoces la realidad de la producción animal en todo su esplendor, incluyendo visitas a explotaciones porcinas, lecheras, mataderos y también industrias cárnicas. Hasta la selección genética está dirigida a crear individuos cada vez más gordos, con más masa muscular o con mayor capacidad de producir leche o huevos. El respeto hacia los animales ya es nulo, son meros productos para el consumo humano. Recuerdo haber vivido situaciones en clase similares a la que refiere la compañera, aunque mi memoria no me permite recordar los detalles (es posible que entrara en disociación). Más de una vez me vi tentada de abandonar el aula por no poder soportar lo que estaba viendo: En clases de Cría y Producción Animal, Mejora Genética, Obstetricia y Reproducción, etc. te enseñan el ciclo productivo de los animales “de producción”, kilos y edad que deben alcanzar al sacrificio, alimentación para optimizar los índices productivos, criterios para eliminación y desvieje (envío a matadero), programas de selección genética, entre otras cosas. Muchas veces explicado por el docente con comentarios crueles e incluso ofensivos: ”Siempre que veo este vídeo me entra un hambre….” (vídeo de pollitos vivos cayendo por cintas mecánicas como si fueran maletas). Una práctica de la asignatura de genética consistía en pesar camadas de ratones recién nacidos. Pregunté ¿qué haréis con ellos después? La respuesta: “Tirarlos a la basura”. Puedo dar fe de que esto también era así en mi época. Me pregunto cuántos animales inocentes han sufrido el mismo destino. Desde que inicié mis estudios me he sentido muy impotente y muy poco identificada con esta profesión. Entré con la ilusión y la creencia de que las personas que comienzan Veterinaria aman a los animales y desean cuidarlos y protegerlos. Sin embargo, no es así. Y no porque no entremos con ese espíritu de justicia y responsabilidad, preservador y empático, sino porque desde que empezamos, profesoras y profesores ejercen una potente influencia, en cada clase y en cada ámbito de la carrera. El resultado es la insensibilización y normalización de conductas y prácticas injustificadas e innecesarias. Suscribo este párrafo enteramente. La carrera de veterinaria es una fábrica de especistas. Yo pasé por una fuerte depresión en tercer curso que casi me hizo abandonar. Luego, en la búsqueda de un trabajo decente, las cosas no mejoraron. Tienes enemigos en tus propios compañeros y en los propios clientes, la mayoría simples propietarios de mascotas que no aman realmente a los animales. A mí me ha llevado años superar tanto condicionamiento mental y darme cuenta de que la clínica veterinaria se ha convertido en un mero negocio, un modelo clonado en todas las clínicas, en las que siempre se cuentan las mismas cantinelas, en las que se tiende a hacer las mismas cosas, donde hay un mínimo espíritu crítico y muy poca investigación propia. Menos aún cuestionas la validez de los procedimientos o lo que te cuentan las distribuidoras farmacéuticas, de las que por supuesto también te llevas comisión si vendes sus productos. Lo que menos importa es el animal en sí. Después de todo, es el cliente, no el paciente, el que te da de comer. Al final, simplemente estamos al servicio de los explotadores de animales. Y con frecuencia, por inexperiencia, miedo o mera necesidad, nos convertimos en sus cómplices. Veterinaria puede ser esa disciplina que actúa de refugio para los animales vulnerables, que cuida y protege a los individuos que lo necesitan, que se basa en el amor por la naturaleza y no en el afán de enriquecimiento. Que los/as veterinarios/as sean personas empáticas y colmadas de cariño, en lugar de seres con el corazón de piedra, depende de ellos/as, pero también de las exigencias que provengan de la sociedad y de la presión que ejerzan las empresas privadas relacionadas con el sector. Este es, por tanto, un debate de todos y todas, es una realidad que podemos modificar. Está en nuestras manos hacer que los animales vivan sin miedo, sin estrés, sin angustia y sin dolor. Se puede evitar. Existen alternativas. Sin embargo, los cambios no llegarán por sí solos, dependen del despertar de nuestras conciencias. Aunque estoy de acuerdo a grandes rasgos de lo que se quiere transmitir aquí, echo de menos un mayor inciso en la cuestión de los Derechos Animales. No se trata únicamente de que “los animales vivan sin miedo, sin estrés, sin angustia y sin dolor”. No se trata de que los animales sufran o no. Se trata de que es moralmente injustificable utilizarlos en ninguna actividad humana. Los animales no humanos no son nuestras propiedades. No podemos criarlos, ni matarlos, ni tratarlos como recursos, porque son seres sintientes con intereses propios. Ni siquiera debemos promover su tenencia como mascotas. Los veterinarios deberíamos existir únicamente para tratar sus enfermedades igual que un médico trata a sus pacientes humanos, por ser ambos animales con un valor propio cuya vida debería ser protegida lo máximo posible. La sociedad y la presión que ejercen las empresas privadas empezarán a cambiar cuando el veganismo sea una tendencia mayoritaria en la población y la demanda de productos animales disminuya de manera significativa. Para conseguir esto no debemos apoyar campañas ineficaces como «el Día Mundial sin Carne» o alegrarnos de la prohibición de los huevos de gallinas enjauladas. Si queremos abolir el uso de los animales en cualquier actividad humana y que se respeten sus derechos, tenemos que promover el veganismo como principio ético que rechaza todo tipo de explotación animal. Si hacemos menos de esto, no nos deberíamos sorprender de que después de estos meses de lucha, los estudiantes solo hayan conseguido un «lavado de imagen» por parte de la Facultad de Veterinaria, que recientemente ha publicado un informe sobre el estado del animalario durante el curso 2017-18, con bonitas fotos de perros felices y referencias a la normativa europea que regula el uso de animales en la universidad, no muy diferente a otras leyes de falsa protección animal. También han colgado en su página de Facebook un vídeo para que veamos cómo ha mejorado el trato que se les da a esos Beagles con la introducción de medidas de enriquecimiento ambiental. Ahora los estudiantes ya no tienen motivo de queja, y si lo hacen, les llamarán extremistas o cosas parecidas. Esto es un ejemplo más de cómo el bienestarismo no lleva a ninguna parte. Si queremos de verdad despertar conciencias, solo hay una vía: adoptando el veganismo y educando en veganismo. Esta es la única forma de conseguir erradicar de nuestras universidades el uso de animales en docencia e investigación.
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«El veganismo es en verdad la afirmación de que en donde haya amor la explotación debe desaparecer.»
- Leslie Cross, vicepresidente de la Vegan Society, 1951. Autora
Veterinaria y vegana. Una difícil combinación en los tiempos que corren. Libro
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