Hoy voy a hablar de cómo fue mi transición al veganismo. He utilizado este título tan extraño porque según mi experiencia hacerte vegano consiste básicamente en una desprogramación mental, es decir, abandonar todas esas creencias que la sociedad nos ha impuesto desde pequeños y crear una nueva forma de pensar y de actuar en consecuencia. Yo creí que me había hecho vegana hace casi dos años, pero no, en realidad sigo haciéndome vegana día tras día. Los muros que hay que derribar son macizos y más numerosos de lo que parece a simple vista. Corría agosto de 2016 cuando escribí mi primera entrada sobre veganismo en mi blog literario, ahora convertida en la primera entrada de este blog. No sabría decir el día exacto, pero sí sé que cuando escribí ese artículo hacía unos cuatro meses desde que había decidido hacerme vegana. Lo sé porque todo coincidió con una caída que sufrí patinando. Mi hombro y rodilla izquierdos salieron bastante perjudicados y tuve que buscar ejercicios de rehabilitación para hacer en casa. Me sentí como una señora mayor. Algo hizo clic en mi cabeza y me dije a mí misma que tenía que abandonar definitivamente todas las excusas que me impedían ser quien yo quería ser. Eso abarcaba varios ámbitos. Para mejorar mi condición física me propuse alternar rutinas de yoga y fitness seis días por semana. Por otra parte, para ser más coherente con mis pensamientos, di el paso del vegetarianismo al veganismo, algo que llevaba queriendo tiempo hacer. No he parado desde entonces y creo que es una de las mejores decisiones que he tomado nunca. Pero, ¿cómo empezó todo esto? ¿Dónde comenzó mi desprogramación? Para entenderlo mejor, he dividido el proceso en varias fases: 1. Etapa pre-vegetariana. Hace unos días estuve pensando sobre la cuestión de si nacemos veganos o no. Ahora sé que no porque cuando somos niños no tenemos aún la capacidad de tomar decisiones morales. Pero lo que sí es obvio es que nacemos con una gran sensibilidad hacia los animales y un gran grado de empatía. Leí los testimonios de varios compañeros veganos sobre cómo decidieron ellos dar el paso hacia el veganismo y me sentí especialmente identificada con el relato de Patricia López: Yo nací vegana. Me explico: rescataba ratones de las trampas de peque, moscas, hormigas, caracoles. Todo bicho viviente me daba pena desde bebé; pues según me decían tenía mucha atracción por los animales. Llegué a escaparme muchas veces y a andar por las cuadras entre las patas de las vacas y, sorprendentemente, nunca ningún animal me dañó ni accidentalmente. Siempre hacía muchas preguntas y no podía comer nada que viera rojo. Hacía bolas con la carne en la boca y no podía tragarla. Por una temporada fue así y se encargaron bien de obligarme a comerla y quitarme la manía. Luego tuve varios intentos porque aunque era una niña pensaba mucho en los animales y lo que sufrían para que comiéramos. Nuevamente me obligaban y me decían que si no me moriría, en mi adolescencia apartaba la carne y tuve problemas por ello. Yo nací y crecí en la ciudad así que no tuve esa temprana exposición a animales, pero mi actitud hacia ellos era muy parecida. En la piscina rescataba a las avispas que estaban a punto de ahogarse. Me producía una gran felicidad ver que las dejaba aturdidas y empapadas en el bordillo, tardaban unos segundos en recuperarse y secarse, y echaban a volar. No me gustaban las jaulas de pájaros, no entendía por qué alguien querría mantener encerrado a un animal que supuestamente le gusta. Tenía una pequeña jaula de mimbre con dos pájaros artificiales dentro y tuve que separar los barrotes para sacarlos. Nunca entendí el porqué de la persecución, repugnancia o miedo que tienen algunas personas hacia cucarachas o arañas. Siempre me han fascinado las hormigas. El único insecto que no me importaba matar eran los mosquitos, pero porque chupaban mi sangre, así que quizá aquí podemos decir que era en defensa propia. Cogía cangrejos con mi hermano en la playa y luego los soltábamos. Me daba pena que mi padre pescara. Se puede decir que ya apuntaba maneras de veterinaria o bióloga, lo cual no tiene nada que ver con ser vegana. Lo triste es que me tocó crecer en una sociedad especista, y por tanto la programación mental ya estaba en marcha, a pesar de mis instintos protectores hacia cualquier animal no humano. Los humanos llevamos grabadas a fuego en la mente un montón de ideas discriminatorias hacia los individuos que no pertenecen a nuestra especie, y los clasificamos según la utilidad que encontramos en ellos. Así que, según crecemos, para nosotros es completamente natural tener un perro para que te guarde la finca, y jamás nos lo comeríamos, mientras que a los cerdos se les ceba y los convertimos en chorizo en la matanza del pueblo. Y, por supuesto, eso se considera una fiesta, no un asesinato en toda regla. El 95% de la población jamás se planteará si eso es correcto desde un punto de vista moral. El 5% restante notará que algo se revuelve en su interior, pero no sabe qué es exactamente y seguirá como un autómata al resto de la sociedad. Yo era de este 5%. Yo pensaba que me importaban los animales, pero creo que jamás asocié el filete de ternera o la pechuga de pollo que había en mi plato con la explotación animal. Lo aceptaba y ya está. Si no comía algo, era porque no me gustaba, no por otra cosa. Cuando llegué a la facultad comencé a rechazar el consumo de carne, pero ahora me doy cuenta de que tampoco entonces fue una decisión basada en el rechazo a la explotación animal, sino una decisión basada simplemente en mi bienestar: el aspecto de los filetes me recordaba a los músculos aislados de perro que diseccionábamos en las clases prácticas de Anatomía. Por eso lo primero que dejé de comer fue la ternera. Poco a poco le siguió la carne de pollo y de cerdo, aunque seguía comiendo pescado. Eso sí, algo en mi interior ya me estaba diciendo que consumir alimentos de origen animal estaba mal, muy mal. Fue durante tercer y cuarto año de carrera cuando aprendí de verdad el porqué estaba mal. En parte, fue la asignatura de Nutrición Animal la que me abrió los ojos. El 90% de la asignatura, englobada dentro de la rama de Producción Animal y Zootecnia (el nombre lo dice todo), consistía en darnos protocolos para saber cómo cebar a un cerdo, cómo fabricar jamón de bellota y jamón cocido, cómo engordar pollos, cómo alimentar a gallinas ponedoras, cómo seleccionar genéticamente a los animales para que produzcan más y mejorar la rentabilidad de la explotación, etc. Todo muy ético, aunque yo seguía tomando apuntes como una autómata, igual que hacía el resto de alumnos. La programación mental te impide cuestionar lo que te enseñan humanos con más conocimientos y experiencia que tú. Además no quieres que se rían de ti si les confiesas que te dan pena los pollos. En la cafetería no comí ni una sola vez. Por supuesto, siempre había carne o pescado en el menú, y estoy segura de que incluso a día de hoy se descojonarían en mi cara si les dijera que deberían ofrecer un menú vegano. Pero lo que definitivamente supuso un shock para mí fue presenciar en vivo y en directo el asesinato de una vaca por el rito Halal. Me pregunté: “Si esto se hace por cuestiones religiosas, ¿qué no se hará cuando la religión y la ética son ignoradas completamente, como ocurre en nuestra sociedad occidental?” Yo no quería ser parte de ninguna manera de todo eso, así que mi decisión de no comer carne se vio reforzada. Y la desprogramación mental, aunque de manera bastante lenta, comenzó a establecerse. La resistencia que encontré en mi familia y la falta de información hicieron que mi dieta fuera bastante desastrosa por aquellos años. No fue ya hasta la etapa posterior a la facultad, cuando empecé a pasar más tiempo sola en casa, que pude elegir yo misma qué comía. Hasta ese punto no puedo asegurar la completa ausencia de carne en mis comidas, por varias causas. Primero, por comodidad, por no cocinar yo misma y confiar en mi madre, pasando por alto detalles como el caldo de pollo que seguro echaba en las cremas de verduras. Segundo, por no querer plantarme y rechazar de lleno platos pseudovegetarianos como una berenjena rellena con trozos disimulados de gambas que me metían cuando no estaba mirando. Que, si las veo en mi plato, las aparto, pero no, eso no vale… Y tercero, porque mi falta de información me impedía responder con seguridad a varias cuestiones que no dejaban de repetirse, la gran mayoría relacionadas con la nutrición. Por ejemplo:
Diría que no pude ser realmente vegetariana hasta que me emancipé. Ya contaba con algún libro de recetas vegetarianas, pero con la llegada de internet llegó la revolución. 2. Etapa ovolactovegetariana. He de confesar que esta fase me parece la más vergonzante. No me puedo quejar de falta de medios ni de fuentes de información, pero mantuve algunos hábitos por pura costumbre. Esta etapa duró unos diez años, aunque también me es difícil precisar. Durante todo ese tiempo, ¿estaba en contra de la explotación animal? Pues no estoy segura, la verdad. Estaba en contra de matar animales para comer, eso sí. Aún no era consciente de que consumir huevos y derivados lácteos, que son parte de animales, no evitaba la muerte de esos animales, así que durante todos esos años siendo vegetariana no aporté nada a la causa. Miles de animales siguieron siendo explotados y asesinados por mi culpa. En mi defensa, solo puedo alegar que es difícil luchar contra toda una industria alimentaria que pretende mantenernos en un estado infantiloide y conformista para que no conozcamos nada de lo que hay detrás de la elaboración de sus productos de origen animal, o si lo conocemos, que no lo cuestionemos. Su publicidad parece querer convencernos de que todos los animales que crían, hacinan, mantienen en condiciones infrahumanas, someten a todo tipo de procedimientos dolorosos sin su consentimiento y finalmente asesinan, viven vidas felices. Lo peor es que hay parte de ti que realmente se lo cree. Es parte de la programación mental a la que somos sometidos, que tiene lugar no solo en la infancia, sino también cuando somos adultos. Solo unos pocos son capaces de romper esas barreras y salirse del sistema. Lo primero que dejé fue la leche, porque ya empezaba a haber leche de soja en todos los supermercados. Sí que seguí consumiendo derivados lácteos como el yogur, la nata y algunos quesos, por miedo a alguna carencia nutritiva, pero más que nada porque no quería renunciar al sabor de algunos de estos productos, especialmente en repostería y en pizzas. Tampoco me preocupaba en exceso por leer los ingredientes de los productos ultraprocesados. Con los huevos fue parecido. No me supuso mucho esfuerzo eliminarlos de mis comidas, pero pensaba que su uso era imprescindible en repostería, igual que por un tiempo me pregunté si se podía hacer bechamel con leche de soja. O sea, que no renunciar a ellos antes fue solo cuestión de no esforzarme lo suficiente en investigar y continuar con la desprogramación que ya había comenzado. Me instalé en la comodidad y, como muchas otras personas, pensé que siendo ovolactovegetariana ya estaba haciendo algo por los animales. Craso error. Gracias a mis ganas de mejorar en la cocina y buscar alternativas veganas a mis recetas, encontré el blog de Lucía Martínez, dietista-nutricionista. Por fin muchos de mis miedos comenzaron a desvanecerse y aprendí a cómo llevar una dieta vegana (o sea, vegetariana estricta) saludable. Dejé de utilizar huevos. Me pasé a los yogures de soja naturales, pude dejar atrás mi adicción al queso, y, finalmente, encontré el sustituto perfecto para la nata que acompaña a las fresas, uno de mis placeres a los que no quería renunciar: la nata de coco. Con eso ya lo tenía todo. Me hice con la vitamina B12 y pasé a llevar una dieta vegetariana estricta… al menos en casa. Cuando salíamos por ahí a veces hacía la vista gorda. Hasta que me acordé de la verdadera razón por la que no quería productos de origen animal en mis platos: los propios animales. 3. Del vegetarianismo estricto al veganismo. Pasar de ovolactovegetariano a vegetariano estricto ya supone un paso abismal. Por eso en parte entiendo a los que siguen consumiendo leche y huevos. Es fácil engañarte a ti mismo pensando que sin consumir carne ya estás haciendo algo por los animales. Por eso considero fundamental difundir vídeos de la industria láctea y la industria del huevo, para que la gente haga la conexión y se dé cuenta de que si de verdad están en contra de la explotación animal, también tienen que renunciar a los dos. Pero claro, la propia industria alimentaria y la sociedad especista en la que vivimos tampoco ponen las cosas fáciles. Hacerte vegetariano estricto te complica bastante las cosas, pero no, no es imposible, ni tampoco son tantas las cosas a las que tienes que renunciar. Simplemente se requiere un poco más de voluntad. Yo encuentro fácil motivarme a mí misma, porque ahora soy incapaz de desligar determinadas imágenes en mi cabeza de un huevo o un lácteo. Si realmente te importan los animales, no es difícil renunciar a algunas cosas. Así que, poco a poco, yo me hice más estricta con lo que comía, con la impagable ayuda de mi pareja, que, a pesar de ser vegetariano, es menos tímido que yo y con frecuencia es el que pregunta por opciones veganas. Esto supuso buscarme la vida en varios ámbitos. Ahora, si nos vamos de viaje, tenemos que buscar un apartamento para poder adaptar nuestras comidas. Si voy a una celebración familiar como cumpleaños o Navidad, ya sé que tengo que preparar unos tuppers. Sé que no voy a poder probar la tarta, así que si quiero algún dulce vegano, lo preparo yo. Menudos roscones de Reyes he aprendido a hacer. La gente dice que están poco dulces, pero a mí me dan un subidón increíble, con lo ricos que están y sabiendo que no hay un ápice de explotación animal en ellos. También me preparo los helados en casa. Tengo que trabajar algo más, pero bueno, comer helados tampoco es imprescindible. Obviamente, no hacerte vegano porque quieres seguir consumiendo helados fuera de casa, no es excusa. Mi transición al veganismo en imágenes. Una vez controlada la parte dietética, el veganismo empieza a expandir sus fronteras. Eso es el verdadero veganismo al fin y al cabo. Poco a poco voy avanzando. Ahora ya no me es suficiente con la comida. También me preocupo de la ropa, del calzado, de los productos de uso cotidiano, de lo que come mi familia no humana, de evitar los zoos y demás cárceles para animales… Hay muchas actitudes especistas que nos pasan desapercibidas y que también necesitan ser desprogramadas. Quiero vivir en un mundo vegano porque quiero un mundo donde no se utilicen los animales para ningún propósito. Y aquí es donde llega la parte política del veganismo. Hace dos años creía que se podía ser vegano sin ser activista. Yo no quería ver documentales con imágenes sangrientas porque yo ya había visto algunas de esas cosas en directo durante la carrera y me consideraba suficientemente motivada como para dejar de consumir cualquier producto de origen animal. Así que los excluí de mi dieta y pensé que eso era todo. Yo ya no podía hacer nada, no podía obligar a nadie a que me imitara. Y me centré en otras cosas. Con el tiempo empecé a ver que eso no era suficiente. El mundo no cambia solo. Al mundo hay que cambiarlo. Acepté mi propia responsabilidad en los hechos. Vi por fin Cowspiracy y algún documental más, y me di cuenta de que si me quiero llamar a mí misma vegana, no valen las medias tintas: o lo eres o no lo eres. O estás con los animales no humanos o no lo estás. Cuando dejas de cosificarlos y los ves como individuos, te das cuenta de que las cifras no importan. Cada vida importa. Y no importa solo los lunes. Importa cada día, importa cada decisión que tomas, importa cada vez que puedes reivindicar algo y no lo haces por pereza o inconveniencia. No sirve de nada encerrarte en casa y lamentarte de que no existen hoteles veganos ahí fuera o de que no puedes disfrutar de un helado vegano porque el mundo está empeñado en echarle leche a todo aunque sea absolutamente innecesario. No sirve de nada lloriquear o llenar el Facebook con insultos cada vez que ves galgos ahorcados, terneros siendo separados de sus madres vacas, o cerdos con hernias y abscesos en programas de televisión. Hay que llevar a cabo acciones eficaces si queremos cambiar el mundo. Y si no hay conciencia, pues tenemos que llevarla nosotros, no nos queda otra. Creo que la razón por la que escribí aquella primera entrada es porque ya empezaba a picarme el gusanillo del activismo vegano. Cogí aquellos folletos en un establecimiento vegano porque necesitaba ver qué se estaba haciendo y averiguar si yo podía aportar algo al respecto. Cuando veo uno de esos documentales sangrientos me duele tanto como cuando visité un matadero en la facultad, pero hoy día pienso que el dolor es necesario porque nos hace ponernos en movimiento en lugar de olvidar a las víctimas y pensar que, como nosotros ya no consumimos productos de origen animal, ya no podemos hacer nada más por ellas. Eso no es verdad. Pero fue Earthling Ed el que acabó de avivar la llama en mí. En su libro 30 Non-vegan Excuses and How to Respond to Them, explica que en una de sus conversaciones no supo qué responder ante uno de los argumentos que le planteaban, y eso le hizo sentir que estaba fallando a los animales al permitir que esa persona los siguiera explotando sin ningún problema de conciencia. Fue entonces cuando me di cuenta de que lo importante son los animales, no nosotros. Nosotros siempre, siempre, estamos inventándonos excusas para no hacer lo que moralmente debemos hacer. Entonces supe que no podía ser vegana y continuar callada. Entendí que ser vegano implica también ser activista por los Derechos Animales. Es necesario concienciar a todos los demás. Es verdad que no va a ser un cambio de la noche a la mañana, porque no es un simple cambio. Es toda una revolución cuyo fin es cambiar a toda la sociedad, cambiar cosas que se han venido haciendo desde hace cientos de años pero que ya carecen de sentido. Cada vegano que se haga activista estará aportando algo a la causa, por pequeño que sea. Tenemos que tener claro que no veremos de inmediato el fruto de las semillas que estamos plantando, pero estoy segura de que en el futuro estaremos orgullosos de haber sido parte del cambio. Si estás pensando en hacerte vegano, no tardes tanto como yo. Los animales te necesitan AHORA.
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«El veganismo es en verdad la afirmación de que en donde haya amor la explotación debe desaparecer.»
- Leslie Cross, vicepresidente de la Vegan Society, 1951. Autora
Veterinaria y vegana. Una difícil combinación en los tiempos que corren. Libro
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