Como expliqué en mi anterior entrada, el mes de septiembre de este año me lo pasé en el hospital porque a mi padre tuvieron que operarle de urgencia. Como tuve que trasladarme a la casa de mi infancia y allí no tenía conexión a internet, aproveché para llevarme unos cuantos libros relacionados con el veganismo. Uno de ellos lo había empezado justo al iniciar mi labor activista, porque siempre me ha interesado la Segunda Guerra Mundial. Se llama Eternal Treblinka, de Charles Patterson (el título fue malamente traducido al español como ¿Por qué maltratamos tanto a los animales?). La verdad es que nunca pensé que la elección de la palabra «holocausto» para describir la situación actual de los animales no humanos fuera tan acertada.
Así que entre visita y visita al hospital, descansaba leyendo y… iba a decir disfrutando, pero no, disfrutar, no disfruté mucho. Eternal Treblinka describe con todo lujo de detalles cómo los nazis se inspiraron en la industria de explotación animal, que en aquellos años ya llevaba décadas desarrollándose, para montar su maquinaria de exterminio. El objetivo de la industria de explotación animal era aumentar la eficacia y perfeccionar el sistema de asesinato en cadena de los millones de animales no humanos que entraban a formar parte de la alimentación humana. No, los nazis no inventaron nada nuevo, solo cogieron las técnicas que ya se estaban utilizando en los grandes mataderos y las aplicaron a las víctimas humanas. Casi 75 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, creemos que el Holocausto es parte del pasado. Sin embargo, sigue ocurriendo a solo unos pocos kilómetros de distancia, en cada uno de los mataderos que proveen de carne y subproductos cárnicos a los consumidores. Nada me estremece más que ver en reportajes a los trabajadores de El Pozo sintiéndose orgullosos de los números: «Cuando empecé a trabajar allí se mataban 11 cerdos diarios, ahora 14 000 diarios.» Y se quedan tan anchos. Eso sí, lo hacen bajo todas las garantías de sus sellos de «malestar animal» porque en nuestra sociedad matar no humanos para consumo no se considera violencia ni maltrato, y además es legal. [En concreto me refiero al reportaje emitido el 12 de noviembre de este año titulado Los reyes de la carne, de Comando Actualidad, minuto 58, por si alguien tiene el estómago de verlo].
Pero debemos tener presente que ni el número ni las condiciones de explotación son factores relevantes a la hora de determinar si algo es aceptable desde el punto de vista ético. Como veganos abolicionistas, rechazamos cualquier tipo de uso que se haga de los animales no humanos. Aunque solo matásemos una gallina al año, gaseándola antes para que supuestamente no sufra durante su asesinato, eso seguiría siendo éticamente injustificable.
Cuando leí Eternal Treblinka me gustó especialmente conocer un poco más a Isaac Bashevis Singer, del que hasta ese momento solo conocía algunas citas de las que pululan por internet. A partir de ahora pensaré en él cuando me sienta sola como vegana activista. Hace cincuenta, setenta, cien años… debía de ser terriblemente más solitario, y tenías que ser mucho más valiente para ponerte en contra de toda una sociedad que piensa de manera distinta a ti. Quizá también me siento un poco identificada con él por ser escritora, y quizá algún día haga como él y me ponga a escribir novelas en las que los protagonistas sean todos veganos o que en algún momento decidan hacerse veganos (de hecho, ya he empezado a hacerlo). No me ha sorprendido averiguar que Singer ganó el Premio Nobel de Literatura, porque en sus novelas refleja con maestría el enorme sinsentido de la explotación y matanza que ejercemos sobre los animales no humanos.
Hay un párrafo en el libro que me pareció especialmente significativo, en el que se describe a uno de sus personajes (la traducción es mía): La decisión de Joseph de dejar de comer carne es uno de los temas centrales de la novela. Al principio de la historia, cuando Joseph entra en un restaurante de Nueva York para desayunar, ve a alguien en la mesa de al lado comiendo huevos con jamón. Piensa que «para que ese individuo, ya atiborrado hasta reventar, pueda disfrutar de su jamón, una criatura viva tuvo que ser criada, arrastrada a su muerte, acuchillada, torturada, escaldada en agua hirviendo.» Joseph ya había llegado a la conclusión de que «el tratamiento que hace el hombre de las criaturas de Dios es una burla a todos sus ideales y a todo el presunto humanismo.» Piensa en el hombre disfrutando de su jamón sin la más mínima preocupación sobre el hecho de que «el cerdo fue creado con la misma materia que él y que tuvo que pagar con sufrimiento y muerte que él pudiera saborear su carne. He pensado en más de una ocasión que cuando se trata de animales, todo hombre es un nazi.» Creo que es difícil decir tanto con tan pocas palabras. Y me sorprende que la escena sea tan actual. Joseph tiene la misma sensación que tengo yo cuando estoy sentada en la sala de espera del hospital observando que en una pequeña muestra de población se cumplen las tasas de sobrepeso y obesidad descritas por las autoridades sanitarias («individuos atiborrados hasta reventar»). Como en ese documental que vi hace poco, llamado Eating you alive, («Comiéndote vivo»), es obvio que nuestros hábitos alimentarios provocan en nosotros muchas enfermedades crónicas que nos llevan primero al hospital y luego a la tumba. Así que soy testigo de un impresionante despliegue de medios técnicos desarrollados para mantener la vida de las personas (con un coste económico que solo puedo imaginar pero que debe de ser extremadamente alto), mientras que por otro lado los familiares de esas personas no dejan de envenenarse con las porquerías que ingieren. Pero, por supuesto, yo soy vegana y como tal lo que más me importa no es la salud de las personas, sino el aspecto ético (es decir, nada ético) de la explotación de los animales. Una mujer le preguntó una vez a Isaac Bashevis Singer si la razón por la que evitaba comer pollo era por salud, a lo que él respondió: «Sí, por la salud del pollo». Creo que eso es lo que deberíamos responder todos los veganos, sin sentirnos ridículos por ello. Sin que nos importe la posibilidad de que se rían de nosotros. Los que han vivido guerras lo saben muy bien. Los que alguna vez hemos tenido a la muerte cerca, tenemos claro que no queremos sufrir ni ver a nadie sufriendo. La violencia no es gratuita. La violencia no debería formar parte de nuestras vidas. Sin embargo la tenemos en nuestros platos todos y cada uno de nuestros días. Durante este tiempo en el hospital he podido hablar de veganismo con mis tíos. Describí el resultado de esta pequeña interacción en Facebook: Lamentablemente no puedo hablar de veganismo con mi madre, porque se echa a reír como si esto fuera una cuestión trivial. «No, esto es un asunto muy serio», le diría si supiera que me escucha. «Estamos hablando de la muerte de millones de seres inocentes. Estamos hablando de sangre derramada sin necesidad. ¿Qué esperabas de tu hija veterinaria? ¿No era defender la vida de los animales? ¿O preferirías verme supervisando el degüello de las vacas en el matadero? Tú me obligaste a hacer la Primera Comunión y aprenderme los Diez Mandamientos de memoria, y ahora resulta que te mofas porque insisto en que no consumir productos animales es una cuestión de ética. Estamos hablando de un auténtico Holocausto Animal. No soy yo quien dice esto, sino víctimas judías y alemanes que vivieron la Segunda Guerra Mundial en primera persona. Son ellos los que no ven ninguna diferencia entre lo que ocurrió en los campos de concentración nazis y los mataderos.» Por muy frustrante que me resulte, no puedo hablar así a mi madre. Sé que décadas de adoctrinamiento especista han hecho estragos en su cerebro. Ya no razona. Ya ni siquiera escucha. El jamón no es un trozo de animal muerto, aunque yo lo llame de esa forma delante de ella. Eso sí, si está a punto de perder a su marido, me dice compungida cosas tan profundas como que no somos nada y que la muerte nos llegará tarde o temprano. Esa muerte que todos temen… y que al mismo tiempo no pueden dejar de infligir sobre otros. Esos otros permanecen invisibles. Esos que no existen porque ya llegan transformados en carne a nuestros platos. Es muy inquietante ver estas contradicciones en miembros de tu propia familia. Es muy inquietante darte cuenta de que la vida y la muerte pueden o no ser importantes dependiendo de quién estemos hablando. Es muy inquietante pensar que en cualquier momento todos nosotros podemos vernos envueltos en una guerra, y convertirnos en víctimas tan inocentes como los animales que masacramos todos los días, porque creemos que la muerte solo nos visita de vez en cuando, mientras devoramos cadáveres sin pensar ni un segundo en lo que estamos comiendo. Como a Isaac Bashevis Singer, me produce una gran tristeza ser testigo de esta insensibilización total hacia seres que llegaron al mundo igual que nosotros, sin saber cómo ni por qué. Difiero sin embargo en la rabia que siente hacia Dios. Dios, si es que existe, no tiene nada que ver con esto. Él no es responsable de las acciones de los humanos. Nosotros somos los únicos responsables, y nosotros podemos cambiar las cosas, si queremos. La humanidad olvida demasiado rápido. La guerra es como tener a un ser querido en el hospital. Se nos detiene el corazón por un tiempo. El mundo deja de girar. Seguramente habrá mucha gente que después de tener a la muerte cerca se plantee dejar de fumar, mejorar su dieta, hacer más ejercicio, ser más generoso y compasivo con los demás… porque la vida pasa rápido, y un día estás aquí y al otro ya no estás. Hay muchos lamentos, muchos homenajes para los caídos en una batalla. Pero en cuanto la crisis se acaba, la gran mayoría vuelve a sus viejos hábitos. Y las cosas siguen igual… o al menos lo parece. Como dice Albert Kaplan, hijo de supervivientes del Holocausto: «La gran mayoría de los supervivientes del Holocausto son carnívoros, no están más preocupados por el sufrimiento de los animales de lo que estaban los alemanes por el sufrimiento de los judíos. ¿Qué significa eso? Yo te lo digo. Significa que no hemos aprendido nada del Holocausto. Nada. Fue todo en vano. No hay esperanza.» Yo prefiero mantener la esperanza, pero es porque aparte de escritora soy fan de Tolkien. Como dice Aragorn: «There is always hope.» ? ![]()
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«El veganismo es en verdad la afirmación de que en donde haya amor la explotación debe desaparecer.»
- Leslie Cross, vicepresidente de la Vegan Society, 1951. Autora
Veterinaria y vegana. Una difícil combinación en los tiempos que corren. Archivos
May 2022
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