Sé que este artículo puede levantar ampollas. Hay gente que piensa que feminismo y veganismo es como mezclar churras con merinas. Yo diría más bien que los que piensan así aún no conocen la realidad de la explotación animal, y por ello aún no relacionan la forma de producción de su vaso de leche con la cosificación de los individuos de sexo femenino, sea cual sea su especie. Parece que en nuestra sociedad patriarcal lo normal es que el sistema reproductivo de las hembras tenga que estar bajo el yugo de los humanos, ya sea para obtener placer sexual, o ya sea para satisfacer sus papilas gustativas. Creo que es una grave incoherencia ser feminista y a la vez ser partícipe de la explotación que sufren las hembras de otras especies. Si alguien me hubiese dicho hace tres meses que hoy estaría escribiendo esto, no me lo habría creído. La mayoría de las personas que lean esta entrada dirán que no se puede comparar una cosa con la otra, que por muy vegana que yo sea no puedo poner al mismo nivel a las mujeres y a las hembras no humanas. Como diría Gary L. Francione, la sabiduría convencional que casi todos nosotros compartimos mantiene que aun aceptando que los animales no humanos importan algo moralmente, los humanos importan más. Mi opinión a este respecto es irrelevante ahora mismo, pero sí puedo afirmar que tanto la trata de mujeres como la explotación de animales no humanos me afectan personalmente de manera similar. Y aunque lleva mucho tiempo llegar a este punto, ahora empiezo a entender por qué hay mujeres (y hombres) que afirman que no se puede ser feminista sin ser vegana. Cuando daba mis primeros pasos en el activismo vegano, un programa de Salvados, «Stranger Pigs», me revolvía lo suficiente como para escribir una de mis mejores entradas hasta la fecha. Casualmente, en unos días en los que el feminismo ha cobrado especial protagonismo, otro programa de Salvados, «Las invisibles», también me revuelve por dentro, y eso que siempre me he mostrado reacia a llamarme a mí misma feminista. Sin embargo, escuchando a Amelia Tiganus, una mujer rumana que fue víctima de la trata durante cinco años, me era difícil encontrar alguna diferencia entre la explotación sexual de mujeres y la explotación de hembras no humanas. Y nada va a cambiar hasta que cada uno de nosotros se haga consciente de este hecho y tome la decisión moral de no volver a participar en ningún tipo de explotación, independientemente de la especie a la que pertenezca ese individuo. Inciso. Una de las razones por las que no me autoproclamo feminista con más frecuencia es porque no me gusta la actitud de algunas feministas que olvidan o incluso degradan a individuos de sexo masculino. No niego el daño que el patriarcado ha hecho en las mujeres, pero también es cierto que hay muchos hombres que han respetado y apoyado a las mujeres a lo largo de la historia, y muchos de ellos también son víctimas de otros tipos de discriminación o simplemente de la violencia impuesta por nuestra civilización. También existen muchos “olvidados”. Aunque hoy me centre más en el sexo femenino, los pollitos macho que son triturados en la industria del huevo, por poner solo un ejemplo, están en mi cabeza igualmente. Fin del inciso. Lo que más me llama la atención de todo esto es la distancia insalvable que nosotros mismos ponemos entre ambos tipos de explotación cuando cambia el sujeto víctima de esa explotación. Ambas formas de explotación son síntomas de una misma enfermedad que asola nuestra sociedad: la total falta de escrúpulos a la hora de someter, utilizar y obtener un beneficio económico de individuos cuya libertad debería ser respetada a todos los niveles. Si ya la mayor parte de la población, aun aquellos que afirman tener cierta sensibilidad hacia los animales, hace distinción entre un cerdo y un perro, por ejemplo, me imagino que a casi nadie se le ocurrirá establecer paralelismos entre una mujer y una vaca. De hecho, muchos humanos sienten rechazo cuando les hablas de secreciones mamarias en lugar de leche, o les dices que las vacas son sistemáticamente violadas e inseminadas artificialmente para que puedan producir esa leche. Pero una vez que aceptas que una vaca es también una persona, es decir, un ser sintiente con la voluntad de vivir y que tiene sus propios intereses, y que a pesar de ello, las vacas son criadas y esclavizadas desde su nacimiento hasta su muerte, empiezas a darte cuenta de que los humanos, por alguna razón que desconozco, tienden a desarrollar los mismos comportamientos con otros muchos individuos. Y en sus mentes comienzan a surgir las mismas justificaciones para hacerse creer a sí mismos que ese comportamiento es aceptable moralmente, creándose todo un sistema para perpetuarlo durante siglos. Solo cuando adquieres la lucidez suficiente empieza a caer la venda de tus ojos, y aún así llevará un tiempo romper todos esos condicionamientos mentales con los que hemos crecido. Ahora que cada día soy algo más vegana y veo el mundo con otros ojos, según escuchaba los relatos de las invitadas, y en particular el testimonio de Amelia, me era imposible ignorar que casi todas sus apreciaciones sobre la industria del sexo son también aplicables a la ganadería industrial y otros tipos de explotación animal: (Alba Alfageme, psicóloga especializada en tráfico de seres humanos.) Del mismo modo, tal vez podríamos afirmar que la producción intensiva de carne y leche es la más grave vulneración de los Derechos Animales. Los animales que se destinan a la producción de carne o leche ni siquiera nacen libres, son criados únicamente para ese fin. Podríamos decir que esto es una expresión brutal de lo que supone el especismo. Pero no nos engañemos. Quizá a simple vista la producción intensiva es la más cruel, pero la situación de los animales que se destinan a compañía, a entretenimiento o incluso los que nacen en cautividad en los zoológicos con el pretexto de que es con fines de protección y conservación de la especie, no es muy distinta. Todos ellos son criados para un único fin, privados de libertad y mantenidos muchas veces en condiciones deplorables, solo porque los humanos pueden obtener un beneficio de ellos. En todos esos casos, estamos vulnerando uno de sus derechos fundamentales, que es el derecho a no ser considerados como una propiedad humana. De hecho es uno de los principales motores económicos de nuestro mundo según Naciones Unidas, y es una de las principales economías sumergidas, y por ese motivo, como se da en la clandestinidad, es muy difícil visibilizar el fenómeno. El principal beneficio que se obtiene de la cría de animales, sea cual sea su fin, es, por supuesto, económico. El dinero es lo que mueve el mundo. La tauromaquia, las carreras de galgos o caballos, las peleas de perros, las tiendas de mascotas, la caza, el tráfico de especies exóticas… si todo esto existe es porque hay alguien que gana mucho dinero con ello. Pero, de nuevo, no nos engañemos. El principal sector que obtiene beneficios económicos de la cría y explotación de animales no humanos es la industria cárnica. Según datos de la ANICE (Asociación Nacional de Industrias de la Carne en España) del año 2014, la industria cárnica es el cuarto sector industrial de nuestro país. Está formado por mataderos, salas de despiece e industrias de elaborados, y constituido por casi 3 000 pequeñas y medianas empresas. La industria cárnica ocupa con diferencia el primer lugar de toda la industria española de alimentos y bebidas, representando una cifra de negocio de 22 168 millones de euros, más del 21,6% de todo el sector alimentario español. Esto supone el 2% del PIB total español y el 14% del PIB de la rama industrial. También según esta asociación, en 2016, la producción española de carne fue de 4,84 millones de toneladas, un 4,7% más que el año anterior. La carne de porcino fue la de mayor producción, superando por primera vez los cuatro millones de toneladas (un 5,2% más), lo que marca un nivel histórico nunca alcanzado. Es decir, la producción de carne no deja de aumentar. Lo peor de todo es que, con estos datos, aún hay organizaciones bienestaristas que afirman que sus medidas son efectivas. España, según algunos estudios que se han hecho a nivel europeo, es el primer país europeo que consume sexo pagado. Las cifras dicen que el 40% de los hombres en España han consumido alguna vez en su vida sexo pagado. Por lo tanto, no estamos hablando de hechos puntuales. Estamos hablando de una cultura que tiene que ver mucho también con unos valores machistas, que tienen que ver con la cosificación de la mujer y que tienen que ver también con un proceso del capitalismo y el machismo que se dan la mano y que de alguna manera toma una forma espectacular en el tema de la explotación sexual. ¿Por qué existe la industria cárnica? La respuesta es sencilla. Existe por las mismas razones por las que existe la industria del sexo: hay demanda de productos cárnicos y lácteos. Vivimos en una cultura especista en la que los animales son considerados cosas, una simple mercancía con la que obtenemos placer y por la que estamos dispuestos a pagar. El capitalismo no puede permitirse el lujo de perder esta enorme fuente de ingresos. Por ello los organismos oficiales van a tratar por todos los medios desprestigiar movimientos como el veganismo. Por ello en España no tenemos aún ningún organismo sanitario que se haya pronunciado oficialmente sobre la conveniencia de adoptar y promover una alimentación integral basada en plantas, tal y como hizo en su día la ADA (American Dietetic Association, o sea, la Asociación Americana de Dietética). La salud importa a muchas personas, y nadie se va a arriesgar a que la industria cárnica pierda beneficios por esta causa. Sin embargo, igual que ocurre con la industria del sexo, el problema de fondo no es de salud, sino ético. La palabra «ética» produce mucho miedo entre las clases políticas, porque los grandes movimientos sociales que han cambiado la sociedad se basaban en la ética, como cuando se abolió la esclavitud de seres humanos por razones de raza. La explotación animal tiene mucho que ver con la esclavitud y las distintas formas de discriminación que existen. El antropocentrismo es el que hace que los seres humanos nos creamos más importantes que el resto de animales, y por tanto con el derecho de utilizarlos según nuestra conveniencia. El especismo es el que hace que discriminemos a otros individuos que son personas como nosotros, con una voluntad de vivir y unos intereses propios, solo porque pertenecen a otra especie. Además, el machismo es el que hace que los humanos de sexo masculino se sientan superiores a los humanos de sexo femenino y por tanto con el derecho a utilizar su cuerpo según les convenga. En el fondo, todo es lo mismo. Yo tengo el poder. Tú no vales nada, eres un objeto. Por tanto te arrebato tu libertad. Te poseo. Te utilizo. Te controlo. Te marginalizo. Te maltrato. Naces y mueres cuando yo quiero. No hay ninguna razón para hacer nada de esto, excepto la de satisfacer mis propios deseos. (Amelia Tiganus, víctima de trata y activista en feminicidio.net). Lamentablemente, la mayor parte de las personas también mira hacia otro lado cuando se trata de explotación animal. Es verdad que nos han adoctrinado desde pequeños, y es muy difícil luchar contra ese condicionamiento y destruirlo, pero no es imposible. Muchas de esas personas ya saben que no es moralmente aceptable seguir consumiendo productos animales, por eso se enojan tanto cuando los veganos les enfrentamos a la realidad y les recordamos lo que ya saben sus conciencias. Pero una vez que conocen la verdad, ¿por qué siguen siendo partícipes de la violencia? Creo que la respuesta está clara: porque todos ellos se benefician de una u otra manera. Puede ser económicamente. Puede ser por puro placer. Yo también sé lo que es comerse una pizza rebosante de queso mozzarella. Pero llega un momento en que te das cuenta de que nadie debería perder la vida ni ser esclavizado para que yo pueda disfrutar de una pizza. Los hombres han detectado una manera muy fácil de fabricar el producto final. Yo siempre digo que se fabrica la identidad de la puta, es decir, no nacemos con esa etiqueta, o es que de un día para otro decimos «mira, esto es lo a que me quiero dedicar», sino que han visto que a través de la violencia sexual se puede deshumanizar, quebrar a las mujeres, con la ayuda de la sociedad que es cómplice y al final es la que estigmatiza, marginaliza y deja en una situación muy vulnerable a los mujeres. La sociedad es también cómplice de lo que ocurre con la explotación animal. Los mataderos se construyen a las afueras de las ciudades para que los chillidos de los cerdos no lleguen a oídos de los niños, a los que se les oculta la verdad. La televisión te muestra publicidad repleta de vacas y gallinas felices, una imagen que nada tiene que ver con la realidad de las granjas. Las propias asociaciones defensoras de animales te intentan convencer de que mejorando el trato que se les da a esos animales solucionaremos algo, olvidando que no es ética la explotación animal en sí misma y por tanto debería ser abolida. ¿Aceptaríamos que una asociación defensora de prostitutas nos dijera que la solución es mejorar el trato que los demandantes de sexo dan a las putas? No. Y, sin embargo, hay montones de animalistas que aceptan lo que dicen esas asociaciones que afirman defender a los animales. Lo que más me estremece es el recuerdo de nosotras en fila, siempre estábamos en fila para algo. Nos recuerdo a nosotras en fila esperando el cambio de sábanas, nosotras en fila para ir al bar, nosotras en fila hablando con los demandantes de prostitución, nosotras en fila haciendo cola para entrar a la habitación con algún cliente, en fila para ir a comer… Todo era así. Pierdes la identidad, tienes que tener otro nombre, tienes que dormir en la misma habitación en la que durante horas han convertido el acto sexual en una herramienta de tortura a través de la repetición. Todo eso al final es una carga que te anula, es muy difícil reconocerse como persona, es necesaria la disociación y el olvido como herramienta de supervivencia. Vacas en fila para comer. Vacas en fila para introducirles el brazo por el recto y comprobar si están preñadas o no. Vacas en fila para inseminarlas artificialmente una y otra vez y que así sigan produciendo leche hasta la extenuación. Terneros en fila recién separados de sus madres para ser enviados al matadero. Gallinas en fila en naves de ponedoras, poniendo huevos hasta que ya nos les quede calcio en el cuerpo y sus huesos se rompan. Pollos en fila para ser degollados, desangrados y colgados. Ristras de cadáveres en todas las carnicerías. En estos casos, una imagen vale más que mil palabras. Sí, nosotros pagamos por esto. El sistema es perfecto para el proxeneta, desde las leyes hasta la materia prima que recibe de los países más pobres, todo está en perfecta armonía. La culpa y la responsabilidad es, primero, del Estado, porque lo permite, permite que esto ocurra, con sus leyes que son opacas y que al final parece que está protegiendo a los proxenetas y a los hombres que explotan sexualmente a las mujeres. Luego están, por supuesto, los proxenetas, que son los que ponen a disposición la mercancía y se lucran. También son responsables los hombres que pagan por penetrar a mujeres que no les desean. También tiene la culpa la sociedad que prefiere mirar hacia el otro lado o repetir el mismo discurso, porque al final la sociedad repite el discurso del lobby proxeneta: «Bueno, ellas quieren, ellas eligen», y viéndolas como las otras, como si fueran otra cosa, no nosotras, todas nosotras, mujeres por ejemplo. Nosotras buscamos la igualdad y ellas, las otras, han elegido eso. Todo esto es el sistema prostitucional. Así es, el sistema también es perfecto para la industria cárnica. En línea con lo que decía antes, el Estado no solo permite que exista la explotación de animales destinados al consumo humano, sino que además protege a los productores, concediéndoles subvenciones para abaratar el coste final. No olvidemos que la industria cárnica proporciona el 2% del PIB, eso no es nada desdeñable. Al Estado le interesa mantener unos precios de la carne extremadamente baratos en relación a las frutas y verduras, y por supuesto no va a hacer mucho hincapié en el riesgo de desarrollar algún cáncer por consumo de carnes rojas, no sea que perjudique al sector cárnico. Además, el Estado aprueba leyes de bienestar animal que en realidad solo van dirigidas a optimizar el beneficio económico de los productores y a tranquilizar la conciencia de los consumidores que creen que la utilización de otros individuos está justificada moralmente siempre que se minimice el sufrimiento de esos individuos. Muchos no veganos te dirán, si les enfrentas con la falta de moralidad de lo que están haciendo, que comer carne es su opción personal y debemos respetarla, sin pensar ni un segundo en la opción personal de un animal que quiere vivir tanto como él. Y, por supuesto, la sociedad mira hacia otro lado. Nadie quiere ir a un matadero a presenciar cómo se degüellan los corderos, ni a oír cómo chillan los cerdos cuando son gaseados. Se cuentan mentiras a los niños para que no se cuestionen de dónde proviene el filete de ternera que se están comiendo, y en sus pequeños cerebros se implanta la idea de que la carne es necesaria para estar sano. Vivimos en una gran mentira donde los grandes olvidados mueren a millones en auténticas fábricas inhumanas no muy distintas a campos de exterminio nazis. ¿Cómo es la relación con el cliente? Bueno, es una performance, yo aprendí a actuar según qué es lo que querían. Yo los tengo en tres categorías, los he clasificado porque creo que es muy importante, porque dicen todos no son iguales… digo, no, son igual de machistas… no son iguales, pero todos son maltratadores. En el caso del cliente que dice que es bueno y se preocupa por nosotras, sí, venían, nos contaban cosas, nos preguntaban cosas, hacían como que se preocupaban por nosotras… pero me di cuenta enseguida de que no podía decirles la verdad, no podía decirles «Estoy mal, yo quiero otro trabajo». Sí, nos preguntaban cosas pero para que les dijéramos lo que quieren escuchar. También tenía que hacer como si fuéramos novios, o sea, el maltrato psicológico también entraba en juego, era totalmente insoportable. Yo lo defino el «putero majo», porque parece ser majo pero no deja de ser un manipulador y un maltratador. La clasificación que yo haría de los consumidores de carne y otros productos animales sería bastante más amplia que esta. Pero me gustó mucho el concepto de “putero majo”, porque dentro de los defensores de los animales, nosotros tenemos un equivalente: serían los animalistas que están a favor del bienestarismo. Estas personas dicen preocuparse por el bienestar de los animales que explotamos y por tanto están a favor de que se aprueben más leyes de protección animal que mejoren el trato que se les da esos animales en las granjas. Sin embargo, no quieren de ningún modo dejar de consumir productos animales. Siguen viendo a los animales como meros objetos que están ahí para satisfacer nuestras necesidades, igual que muchos hombres ven la prostitución como algo necesario para que ellos puedan satisfacer su deseo sexual, creyendo incluso que realizan una labor social porque si no, esas mujeres se verían en la calle. Los bienestaristas afirman estar en contra del maltrato animal y sin embargo siguen siendo unos maltratadores. Los bienestaristas tampoco reconocen que lo único efectivo es educar a favor del veganismo y que los veganos debemos luchar por la abolición de la explotación animal. Estos animalistas se ofenden fácilmente cuando les dices que su actitud no es distinta a la de un esclavista de seres humanos muy preocupado por el bienestar de sus esclavos pero que no piensa renunciar a su deseo de esclavizar a esos seres humanos. Ellos se escudan afirmando que pasito a pasito acabaremos aboliendo la esclavitud de los no humanos. Lo cierto es que ninguna organización bienestarista ha conseguido una menor utilización de no humanos, y la producción de carne en España ha alcanzado niveles nunca vistos antes, tal y como nos decía la ANICE. El segundo tipo es el hombre que simplemente quiere pagar por penetrar a una mujer y con ellos, lo que hay que hacer es lo mismo que vemos en las películas porno que se emiten durante las 24 horas en los prostíbulos: actuar, y fingir, y bueno, está totalmente en otro lugar, es lo que menos le importa, va a descargar y nada más. El tercero es el putero misógino que me resulta muy difícil describir las prácticas que lleva a cabo, porque al final sufrir la violencia extrema, las vejaciones, las humillaciones, saber que cuanto más miedo te provoca más disfruta, y saber también que una gran parte de estos hombres al final acaban asesinando brutalmente a prostitutas… en mi equipo de feminicidio.net hemos registrado 42 casos, entre 2010 y 2018, de mujeres que han sido asesinadas en el ejercicio de la prostitución, y la inmensa mayoría son asesinadas por clientes. Los otros dos tipos de puteros podrían corresponderse con los consumidores de productos animales que ni siquiera se plantean si lo que hacen es ético o no. O sí, se lo plantean, pero no les produce ningún remordimiento. No tienen ningún tipo de consideración por los no humanos, y te lo van a decir así tal cual. Lo único que cambia es su nivel de violencia. Unos enarbolarán cientos de excusas para seguir consumiéndolos, desde que la carne es necesaria para sobrevivir a que los humanos están en la cúspide de la cadena alimentaria. Otros simplemente disfrutan haciendo daño a los animales. Todos conocemos imágenes bastante perturbadoras de trabajadores de mataderos riéndose de sus víctimas, aunque el que paga para que esto se siga produciendo no está libre de culpa. La industria del sexo fabrica putas a gran escala, porque las necesita, necesita esa materia prima, y no para de crecer además. Como ya hemos visto, la industria alimentaria cría millones de animales de varias especies con el único objetivo de asesinarlos para satisfacer la demanda de los consumidores. Fue una etapa muy importante en mi vida porque descubrí que mi historia personal no era mi historia personal, sino la historia de muchísimas mujeres, la historia de las mujeres que el patriarcado pone a disposición de los hombres, y a partir de ahí fue cuando tomé la decisión de actuar porque me sentí en la obligación ética de actuar. Yo salí pero ahí, todos los días, miles y miles de mujeres sufren la violencia, la pérdida de la identidad, la soledad, el desconocimiento… El feminismo me salvó la vida. Fue la única cosa en esta vida que fue capaz de darme herramientas para colocar el puzle de mi vida, porque entiendo en el primer segundo que todo lo que he hecho no es mi culpa… no es mi culpa. A partir de ese momento es cuando siento, si no es mi culpa, ¿de quién es la culpa? Y si yo sé de quién es esa culpa y esa responsabilidad, pues tendré que incidir, no basta con decir "No es mi culpa" y ya está, ¿no? Al oír esto no pude evitar sentirme identificada en relación al veganismo. Una vez que se produce el cambio en tu mente y te haces consciente de que has crecido en una sociedad especista que te llevó a hacer cosas que tú no querías, y de las que no eres totalmente responsable, comprendes que no es suficiente con salirte del sistema. Miles de animales son víctimas de este sistema, tanto los humanos que permanecen inconscientes a esta realidad, como los no humanos que son víctimas directas del especismo. Por unos y por otros se hace necesario convertirte en activista por los Derechos Animales. —Quizá, los que están viéndote son clientes… Todos los días me encuentro con no veganos discutiendo en redes sociales con veganos. Los veganos nos esforzamos en mostrar a los no veganos, ya sea con imágenes o con palabras, por qué el consumo de productos animales no está bien. Les mostramos que no existe el sacrifico humanitario. Les explicamos que los animales son esclavizados desde el nacimiento hasta su muerte. Se les priva de cualquier tipo de libertad y se les somete a prácticas aberrantes e innecesarias. Les decimos que no tiene sentido defender a perros y gatos y continuar comiendo carne, que su actitud es especista porque discrimina a los individuos en función de su especie, del mismo modo que el machismo discrimina a las mujeres solo por pertenecer al sexo femenino. La única forma de acabar con esto es que dejen de participar de la explotación animal y reaprendan a comer. Ningún producto animal es necesario para vivir. Lo malo es que, aun sabiendo esto, muchos humanos mantienen sus hábitos y su forma de pensar antropocentrista. Era una necesidad primordial para mi recuperación. No sabría explicar el porqué de ese deseo tan grande de dar la cara y decir: mírame a los ojos y escucha esto, y aguántalo, porque tienes que aguantarlo. Yo lo aguanté viviéndolo, tú tienes que aguantar escuchando. Ahora te he hecho cómplice de mi lucha, y tienes que responder a ellos, y tu respuesta va a depender de ti, y luego creo que es una manera muy buena para retar a la gente y decir, bueno, ahora sabes todo esto, ¿qué haces con ello? ¿Te sumas? ¿Te quedas? Pero no estorbes… Te sumas o te quedas pero no te quedes en el medio. Hay diferencias de opinión entre los propios veganos en cuanto a la necesidad de mostrar imágenes violentas sobre lo que ocurre diariamente en mataderos y granjas. Además de la imagen se debe dar el mensaje adecuado para concienciar a la gente de por qué debe de dejar de consumir productos animales: el problema no está en el trato que se le dé a esos animales, el problema es la propia utilización de esos animales en nuestro beneficio. Pero, sin duda, creo que la efectividad de esas imágenes está probada. Muchos se han hecho veganos después de verlas, porque hasta que no las ves vives en el engaño de ese sistema que te hace creer que la muerte de esos animales es un mal necesario, que hay formas de matar humanitariamente y la muerte es lo de menos si esos animales han vivido bien el tiempo que nosotros les hemos dado. Lo cierto es que la muerte de todos estos animales no se puede justificar moralmente, y una vez que lo sabes, solo tienes dos opciones: hacerte vegano y promover el veganismo, o seguir participando de la explotación de animales no humanos. Como en el caso de la industria del sexo, la elección es tuya. Estás con las mujeres (y por tanto eres feminista) o no lo estás. Estás con los animales no humanos (y por tanto eres vegano) o no lo estás. ![]()
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«El veganismo es en verdad la afirmación de que en donde haya amor la explotación debe desaparecer.»
- Leslie Cross, vicepresidente de la Vegan Society, 1951. Autora
Veterinaria y vegana. Una difícil combinación en los tiempos que corren. Archivos
May 2022
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